Llega a mi escritorio, de diversas partes de la república, la noticia de una posible triple alianza electoral hacia el 2021. La formarían el PAN, el PRD y el PRI. Si bien en nuestro país de muy poco nos podemos sorprender, sí llama la atención este acontecimiento, de llegar a consumarse.
Del PAN, no se diga; del PRD tendríamos que hacer matices que se explican por el año de 1988, pero ambos partidos surgieron de manera inequívoca para oponerse a la visión del monopolio del poder del PRI inaugurado durante el callismo en 1929. El PAN en sus orígenes adoptó la vía electoral y emprendió una “brega de eternidad” que se clausuró cuando las ambiciones, el poder, las complicidades y la corrupción lo hicieron presa de empresas que hoy todo mundo puede ver bajo los nombres de Vicente Fox o Felipe Calderón.
El PRD, en cambio, se constituyó en 1989 y se autoconcibió como un instrumento ciudadano en manos de la sociedad. Planteó desmontar al partido de Estado y sus instrumentos como el corporativismo. Cierto: de alguna manera fue la suma de dos autoritarismos: uno que provenía del PRI, otro de toda esa abigarrada esfera socialista o comunista. Pero lo dijeron en su tiempo y en lo fundamental honraron la palabra los fundadores: no importa de dónde venimos, sino a dónde vamos.
Por primera vez desde la izquierda se hacía un compromiso con la ciudadanía y con una propuesta de transición a la democracia. Todo esto a contrapelo de los autoritarismos priístas que refrendaron a partir de Carlos Salinas de Gortari y todos sus compromisos con la senda neoliberal que compartieron con el PAN. Desde esta óptica se ha dicho que Ernesto Zedillo puede ser valorado ahora como el último presidente del PRI en ese ciclo, o el primero del PAN. Las fronteras empezaron a borrarse y el discurso político se deterioró a tal grado que hoy nos tiene postrados y una muestra es este posible y extraño mazacote electoral.
No me importa, porque no hay fundamentos para extrañarse, que el PAN se derrumbe al lado del PRI. En cambio, cuando se haga la historia del PRD será muy importante valorar que los liderazgos históricos no estuvieron a la altura de las circunstancias para garantizar una democracia del tipo que le hace falta a México de manera urgente.
El PRD empezó a naufragar cuando quedó en manos de dirigentes absolutamente corrompidos. El elenco es largo, pero baste señalar en la escala nacional a Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Guadalupe Acosta Naranjo, Carlos Navarrete, Amalia García y desde luego otros más.
A ellos obedecieron personajes locales como los que vimos en Chihuahua: Héctor Barraza Chávez y Hortensia Aragón, que profesaron la fe duartista más acendrada que podamos imaginar y otros nombres que ya no sirven ni para emborronar cuartillas.
Hay una historia pendiente, ojalá alguien se ocupe de ella.