Si hay algo consagrado por la historia y prácticamente inamovible son los usos y estilos de la diplomacia. Hay tratados internacionales añejos que así lo prueban puntualmente. Incluso a ese estilo se pliegan los regímenes de todo tipo, como siempre, con escasas excepciones. Eso no significa que las patadas por debajo de la mesa no estén a la orden del día.

El presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, es absolutamente libre de nombrar a sus representantes personales. Pero a la hora de tomar una decisión para que en su calidad de jefe de estado represente al país ante otro estado y a la hora de un relevo fundamental como el que se dio ayer en Bolivia, el camino irrenunciable, honrado, congruente, democrático, apegado al derecho internacional es realizarlo por conducto de las instancias formales, en este caso asistiendo él personalmente, el canciller o un miembro del servicio exterior mexicano, embajador en ejercicio directo o en otro ramo de las mismas esferas. 

Pero no es así en este caso: López Obrador optó por enviar a Bolivia, a la hora en la que Luis Arce asume el poder, al señor Mario Delgado, el presidente nacional de MORENA en funciones y envuelto en la polémica por su reciente elección. 

Forma es fondo, acostumbraba decir Jesús Reyes Heroles, un distinguido político del PRI al que perteneció López Obrador. En este caso, se partidiza una representación que, sin discusión alguna, pertenece a todo nuestro país, y por lo tanto, el personero debió haber sido en los términos que dictan las disciplinas diplomáticas habituales, bien conocidas en México, y a través de quienes trabajan en el servicio exterior mexicano. Se pide prudencia en un caso y se reduce a ella en otro, dando pábulo a polémicas y críticas absolutamente innecesarias si el poder presidencial marchara por la senda, no tan sólo correcta, sino habitual para estos casos. 

Hacia el exterior ningún partido, en el fondo, debe representarnos. Si se tratase de algo sumamente especial hay grandes figuras en el mundo de la cultura, democráticas, con prestigio continental, que pudieron haber estado ayer en momento tan solemne y que demuestra, además, que pueblos como Bolivia pueden resolver sus grandes diferendos apelando a elecciones libres y avaladas por organismos internacionales.