Hay una singular manera de exhibir la poca cultura democrática. Se trata, ni más ni menos, de interpretar a modo un resultado electoral, más si la elección da lugar a matices y polémicas. Los argumentos que se esgrimen frecuentemente tienden a ser autojustificatorios de las propias debilidades, carencias y limitaciones de los perdedores. Pero tanto los que se hacen desde la victoria como los que son derrotados son harto proclives al sofisma.
Frente a unos y otros hay notables pensadores políticos que con énfasis externan “he aquí los hechos”, como queriendo decir que las explicaciones baladíes salen sobrando porque el tiempo se va a encargar de verificar los resultados, aun al precio de agotar todas las vías jurisdiccionales que a la democracia mexicana se le han puesto, para deterioro frecuente de la vigencia misma de los partidos políticos.
El pasado domingo por la noche y los subsecuentes días, el platillo fuerte fueron las elecciones locales en los estados de Coahuila e Hidalgo, con dos realidades que los distinguen por sus notas particularizantes. En ambas entidades federativas no ha habido alternancia por lo que se refiere a los poderes Ejecutivo y Legislativo. Sin que esto signifique que la pluralidad no haya llegado ahí, ambas entidades han sido bastiones del viejo partido de Estado, lo que explica el voto favorable al PRI y con una participación promedio que no se sale de las tendencias de abstencionismo ya habituales en este tipo de elecciones. Por lo que se refiere a Coahuila, históricamente el PAN ha tenido una presencia que ahora se advierte en caída libre; Hidalgo, tierra muy fértil al priismo, todo indica que se preservará como zona de influencia casi inmutable; recordemos que es la patria chica de próceres del PRI y semillero de tropa para las fuerzas armadas.
Una primera lección, si se quiere bordar de esa manera, es que el PAN, lejos de levantarse como opción preferente para resistir a la Cuatroté, se rezaga; que Morena, en pleno auge de la construcción hegemónica, pierde; y que el PRI continúa ahí como el dinosaurio del que nos habló el fabulista Monterroso.
¿Rebrote del PRI? Para decirlo en términos pandémicos, a mi juicio no, y al igual que la pandemia del Covid-19 no es que esté rebrotando sino que no se ha ido, hablando de la fragilidad de las transformaciones en marcha, cuyo panegírico realiza día a día, mañana a mañana, el presidente de la República.
Se va configurando, más allá de los procesos electorales comentados, el curso de la construcción del nuevo régimen con la ausencia de un partido propio que prefigure la sociedad que se quiere para el futuro. Quizás sea pertinente comparar el desastre actual con el significativo 1929. Ese año trajo la autonomía universitaria, la solución del conflicto religioso que golpeó al país durante el gobierno del presidente Calles, la derrota del último intento de un golpe de Estado militar y la gran poda de generales; se construyó además un acuerdo con las finanzas internacionales y se fundó lo que con el tiempo llegó a ser el actual PRI, en aquel momento una abigarrada coalición de partidos regionales y nacionales que se denominó Partido Nacional Revolucionario (PNR). Fue un proceso de institucionalización que garantizó un ciclo largo, que ahora no se advierte por el desbarajuste que caracteriza a Morena, que se la pasa en tensión y reyertas sin resolver su carácter de movimiento o partido, pues para el sistema democrático lo principal sería favorecer esto último, pero no se ve claro el panorama si lo observamos con el prisma de las disputas por el liderazgo interior que alcanza lo grotesco.
Cuando la hegemonía en construcción pensaba que sus velámenes estaban hinchados y surcaban los mares viento en popa, aparecen dos tempestades en mares interiores que hablan de naufragio. Todo entró a debate: que si no hay partido, que se trata de un rebrote controlable, que no hicieron mella becas y pensiones a domicilio y otras lindezas. Algunos dicen que simplemente es una alerta que obliga a voltear a ver la carta de navegación. Sea lo que sea pero ambas elecciones, como la puerta de Alcalá, ahí están.
Han transcurrido prácticamente dos años de este gobierno. El próximo 2021 se elegirán 15 gubernaturas y particularmente se elegirán 500 diputados que integrarán la Cámara Baja del Congreso de la Unión, institución que tiene en sus manos la más amplia representación nacional para decidir en única y última instancia toda la política de egresos de la federación y, por tanto, decidir prácticamente la continuidad o cancelación del actual proyecto, el cual no alcanza a solidificar una alternativa partidaria para un México democrático.
Quizás el proyecto sea otro y eso es más preocupante. Quienes hablan de rebrote del PRI debieran valorar que sólo tenemos en presencia mutaciones del mismo bicho que un día se dijo nació en Wuhan y llegó para quedarse en el planeta.