En Chihuahua la pandemia crece y crece, mientras el impostor Eduardo Fernández toma lecciones para aparecer con un iPad en mano y dar las falsas apariencias. Es obvio que no responsabilizo al funcionario amigo de Javier Corral –ese es su único mérito– del azote del Covid-19. Pero hay algo de lo que es absolutamente responsable él y el desgobierno que representa: la falta de autoridad en el estricto sentido de esta palabra, que nada tiene que ver con un nombramiento expedido en pergamino de cuero de marrano. 

Si Eduardo Fernández es espurio de acuerdo con los compromisos trabados en campaña por el gobernador panista, si no tiene los dotes para ocuparse del cargo, si además lo que le sobra es una vida de apariencias, obvio resulta que carece de la capacidad de mando que da la autoridad en el sentido de representar a una persona éticamente merecedora de un liderazgo en tiempo de crisis en el que se involucra dolor y muerte. Quién puede tomar en serio las indicaciones de quien llegó por vía de la lambisconería y aduciendo un pedigrí panista, de esos que tanto gustan al corralismo pero que se pierden entre lo añejo y lo inútil. 

Eduardo Fernández debe entender que tiene el repudio completo de las gentes que tiene a su mando y que representa el orgullo y la obcecación de un gobernador traidor, que un día se comprometió a que la Secretaría de Salud la jefaturara un médico, para sólo entregarnos a un burócrata fracasado en Hacienda, en la Fiscalía y ahora en Salud. Aunque no pasa que se le murieran las vacas de César Duarte, lo que nunca pasará, ni tendrá justificación alguna, son las vidas humanas que cuesta la negligencia y la falta de mando por la carencia de autoridad moral. 

Es tan ingenuo Eduardo Fernández que hace poco apareció en público con otro que no hace mal los quesos –ahora que estos están de moda–, hablo de Pablo González, entregando a la puerta del Hospital Central, con tribuna de por medio, medicinas para paliar la pandemia. Son tan pero tan cristianos que cuando practican la caridad lo hacen como los fariseos, los sepulcros blanqueados, para que los vean. Olvidan la regla de que la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha, literalmente.