Tienes al mismo tiempo un humor difícil y complaciente,

 agradable y penoso; no me es posible vivir contigo ni sin ti

—Marcial

La noticia circuló como pan caliente, literal. El PRI reformó sus estatutos para tener las herramientas jurídicas y diseñar sus alianzas electorales con miras a los comicios fundamentales del año que viene. Quizá piensan en ese partido más que todo en los diputados federales que integrarán la próxima legislatura, en la que pretenden que el presidente López Obrador no disfrute de la holgada mayoría que hoy tiene. En otras palabras, quieren, en pragmatismo extremo, descarrilar la llamada Cuatroté, vapuleada recientemente por el secretario de estado Víctor Toledo. Al buen entendedor pocas palabras: el estatuto priísta busca abrir sus brazos a una nueva e inédita relación con el PAN, destinatario inequívoco de la transformación que intenta el viejo y anquilosado partido.

Si bien la reforma al código priísta va más allá de la posible seducción del PAN, estaría abierta a cuanto opositor al gobierno actual se presente. Quieren formar un gran muégano para la captura de una mayor cantidad de votos con los que creen que pueden renacer a la vida pública como en los viejos tiempos. Es natural, en México estamos poco acostumbrados a eso, a que se den alianzas de las más diversas, como sucede en los parlamentos europeos, donde en un abanico que va de extremo a extremo se constituyen gobiernos posibles, debido a la flexibilidad que da ese sistema e impide el presidencialismo, sobre todo si es concentrador, como el que está en marcha en el país. Pero a no pocos esta posible alianza les parece contra natura por la historia que han protagonizado a lo largo de muchas décadas, básicamente a la hora de poner en escena una limitada democracia de corte liberal, a la que le apostó Manuel Gómez Morín cuando fundó el PAN, a inicios de la cuarta década del siglo pasado. 

Me parece que, dejando el rubor que esto pueda provocarles, se pueden dar la mano como ya lo han hecho a lo largo de las últimas décadas, ubicados cada uno en la trinchera escogida. Al momento de su fundación, el PAN tuvo el acierto de apostar por la democracia, dejando de lado las manifestaciones propias de la Cristiada y las visiones insurreccionales que se prodigaban por personajes históricos de la derecha proclives al fascismo, como Salvador Abascal. En ese tiempo la izquierda se perdía en la pretensión de ser un apéndice de los gobiernos emanados de la Revolución mexicana y repetían como retintín la idea de la “dictadura del proletariado”, que en su puro nombre llevaba el obstáculo mayor para convencer políticamente a la sociedad. 

Luego de las elecciones presidenciales de 1976, en las cuales hubo un candidato solitario, José López Portillo, y otro sin registro por parte de la izquierda, don Valentín Campa Salazar, un hombre de mérito histórico, los procesos mundiales de apertura de las economías y la obsolescencia misma del entonces llamado “sistema político mexicano” obligaron a una reforma electoral que terminó por dejar huella en la historia nacional. Jesús Reyes Heroles capitaneó el barco de esa transformación, que partió de un histórico discurso pronunciado en Guerrero y en el que se habló de una apertura política a las instituciones, un pluralismo limitado y reconocido, cerrarle las vías a los insurrecionales decretando una amnistía en favor de guerrilleros, a los que se persiguió con ánimo exterminatorio; y se abrieron los poderes legislativos, centralmente la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, bajo el esquema de la representación proporcional, estructurada a partir de listas partidarias y divisiones territoriales en varias circunscripciones envolventes de varios estados. 

Reconozcamos que esa reforma se dio teniendo como interlocutor a la izquierda, pero a la postre la misma resultó más benéfica para la derecha representada por el PAN. En medio de esta transformación y el arribo del PAN a la Presidencia de la República en el año 2000, se dio el quiebre histórico de 1988, lo que no se había podido lograr desde afuera, lo logró la ruptura encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y su candidatura presidencial en dicho año, candidatura ganadora pero robada por el salinismo y orquestada por el ahora morenista Manuel Bartlett Díaz. 

El PAN pensó que en esa elección su candidato Manuel Clouthier ganaría la Presidencia, o al menos quedaría como segunda fuerza, conformándose con una posición inferior a ambas. En ese partido decían que Clouthier era el Churchill mexicano; dije en su tiempo que quizá por su obesidad, pero nada más. Y ahí empezó, sustancialmente el maridaje abierto de priístas y panistas, del cual fueron arquitectos Luis H. Álvarez y Diego Fernández de Ceballos. Iniciaron las “concertacesiones” y empezaron a llegar gubernaturas y cargos públicos. Obviamente que en todo esto cobró importancia una visión que se llamó “neopanismo” y una presencia activa de amplios sectores del empresariado propensos absolutamente del modelo neoliberal. Esto dio origen a la afirmación de que existía el PRIAN o el PANRI, que llega hasta nuestros días, fundamentalmente en boca de los morenistas.

Pero esto tiene una historia más profunda que en su tiempo documentó magistralmente Daniel Cosío Villegas en su histórico ensayo La crisis de México, fechada en marzo de 1947. Don Daniel afirmó que para ese tiempo –iniciaba el gobierno de Miguel Alemán Valdés– el PAN se granjeaba sus posibilidades en tres bases “poderosísimas de sustentación”: la Iglesia católica, la plutocracia y el desprestigio de los regímenes revolucionarios, fundamentalmente de esta última. A tal grado resultaron proféticas las palabras del historiador que desde esa temprana fecha dijo que Acción Nacional se desplomaría al hacerse gobierno, de donde desprendió que entre la Revolución mexicana, entendida como PRI, y el PAN, se darían grandes afinidades en poco tiempo. El maestro Cosío se adelantó  a su tiempo al advertir: “…nos nos engañemos si esta prueba llega fuera de tiempo: de aquí a seis años, por ejemplo, las diferencias entre la Revolución mexicana y los partidos conservadores pueden ser tan insustanciales, que estos pueden colarse en el gobierno no ya como opositores, sino como parientes legítimos”.

Quienes se resistan a estas observaciones basta y sobra que haga un repaso de esa iglesia que pide clemencia para César Duarte, de un gobierno como el de Javier Corral de potentados como Gustavo Madero y Alejandra De la Vega y el suelo nutricio en el que crecieron en las épocas más negras del priísmo. Y eso, de alguna manera, se acabó en 2018, cuando colapsó el sistema de partidos existentes que se había desarrollado con la reforma política de Reyes Heroles de fines de los años setenta. 

No extraña, entonces, que esa posible alianza hacia el 2021 se concrete. “No me es posible ni contigo ni sin ti” dirían si se auxiliaran del epigramista latino de origen español. Con esto quiero decir dos o tres cosas sobre las que seguiré bordando en el futuro, si el tema se preserva como en la actualidad, y creo que así será: en primer lugar, hay un afán de revanchismo electoral que pone al descubierto la nula vocación de ambos partidos en materia democrática: la democracia sólo es buena si sirve para ganar, viejo problema mexicano. En segundo lugar, y de cara al proceso de descomposición política que puede ir creciendo, restaurar el antiguo orden y quizá con tonalidades verdaderamente autoritarias como no lo habíamos visto nunca. Y al final, pero no es cosa de menor importancia, que los politicastros de ambos partidos, que no saben otra cosa que desenvolverse como clase política, continúen detentando cargos que no merecen, divorciados del pueblo y sólo en provecho de una cuasicasta parasitaria. 

En realidad, el PRI y el PAN siempre han sido adversarios complementarios; ahora pretenden casarse aunque no sea de blanco, ser parientes legítimos, desde luego. Pero como dijo Tomás: “ver para creer». Por lo pronto, son algunas causas por las cuales los “enemigos” se abrazan.