A últimas fechas de ha hablado en Chihuahua de diplomacia, o de ausencia de la misma, si fuéramos estrictos con el concepto. Esto ha sido así por el conflicto del agua y por la reciente visita al estado del embajador norteamericano Christopher Landau, y por tanto representante del sátrapa Donald Trump, que ojalá y se vaya en noviembre próximo de la presidencia del país del norte. 

Quiero comentar la visita para referir el infantilismo de Corral Jurado. No se ha dado cuenta el hombre al que le quedó chico el quinquenio que cuando un representante de ese nivel llega a un lugar observa las cosas importantes, pero se fija mucho en los detalles, porque los mismos están resumidos en los viejos usos y costumbres de la diplomacia. Llama la atención la ridiculez y el enanismo de los que se quejan porque no fueron invitados, en particular los duartistas María Eugenia Campos Galván y Cruz Pérez Cuéllar, antiguos colegas en el PAN. 

¿Querían estar en la vitrina? Claro que sí. Pero el niño Corral se amachó y sólo puso en la misma a Gustavo Madero, pretendiente de la gubernatura, cuan impotente político para lograrla en cualquiera de los escenarios. Cuando diplomáticos del tipo de Landau llegan a una región como Chihuahua, en la antesala de una visita oficial siempre sugieren, o lo dan por entendido, que en el despliegue de la misma pueden estar todos los precandidatos que tengan cierta pertinencia, o ninguna. Pero el infante sólo llevó a su papá Madero, seguramente para placearlo y dar a entender que no tan sólo es miembro de la aldea, sino digno heredero de la misma. Exhibió su pequeñez, mostró la de Madero y, por otro lado, también se percató de las dimensiones piojezcas de los que se dolieron de no estar en la reunión. 

En un desplante de lengua, Corral nos prometió abandonar la aldea para pasar a dimensiones siderales, pero ya ven: no pasó de la parte en que Chihuahua fue de la Nueva Vizcaya. Cuando naces para piojo, aunque te pasees en abundante cabellera, o ridículo pelucón con abundante gel, como la del gringo Trump, te ves propio del diminuto terruño.