En un crucero de la ciudad de Chihuahua me encontré con una brigada del PAN realizando campaña. De diez banderolas azules, 0.2 eran de Movimiento Ciudadano, ni una sola del PRD, donde la pachorra ha sentado sus reales. Me entregaron un volante, de un lado Blanca Gámez pidiendo el voto para su reelección, en la otra cara Amín Anchondo –la novísima estrellita juvenil de la derecha empresarial– que busca el cargo de síndico que nunca ocupó Miguel Riggs. Las propuestas, cambiando lo que haya que cambiar, son las mismas de siempre. El desinterés de los conductores de automóviles denota el hastío ya permanente. Las campañas locales no le calientan la sangre a nadie; hay malestar en la precaria democracia.

Sin embargo, me llamó la atención un planteamiento, intrascendente y demagógico, y que se refiere al otorgamiento de pensiones a los veteranos de la Revolución. Mentalmente descarté a los que participaron en la guerra de Independencia, luego pensé en los que se levantaron entre 1910 y 1913, y la verdad no me cuadraron las cifras.

Supongamos que un valiente niño de diez años anduvo con Pascual Orozco y Francisco Villa en la toma de Ciudad Juárez que propició la caída de la dictadura porfirista. Ese niño imaginario tendría hoy 108 años de edad y, no lo niego, puede estar vivo y ser acreedor a la demanda de los panistas que siempre estuvieron en contra de esa Revolución. Cabe una pregunta: ¿cuántos especímenes de esos, ejemplares por su valor cívico, existirán? La respuesta es obvia como para que fundamente la meta que los panistas difunden en los cruceros como punto de programa. Ciertamente, y también lo pongo en duda, habrá descendientes de aquellos guerreros: bisnietos, tataranietos, choznos –doy un dato: mi padre nació en 1905 y yo tengo 73 de edad– números que me permiten hacer el cálculo elemental.

En fin: a cada quién su gusto lo engorda. No quiero pasar por alto una escena que vi en un funeral: descendientes lejanos de Martin López Aguirre, el revolucionario oriundo de la comunidad El Charco, de Chihuahua: toda su apariencia era de gente que no había superado la miseria y las carencias ancestrales. Suele suceder, las revoluciones se desentienden de quienes las hicieron.

La moraleja que extraigo es que el PRI anda tan, pero tan mal y se lo merece, que ya hasta la defensa de los veteranos abandonó; paradójicamente, la estafeta la tomó el PAN, que siempre les arrugó la nariz, salvo ahora que les hace guiños en la búsqueda de votos.

Cosas veredes, Sancho.