Escenas del domingo 22 de octubre: Jaime Ramón Herrera Corral, cómplice principal de César Duarte, desayuna plácidamente un buen plato de menudo en un restaurante de la Calle 31; en un asunto de sumo interés público, un juez omite leer la sentencia que libera a Javier Garfio, a petición de la parte ofendida; en el sigilo y en domingo, Garfio deja la prisión y se desplaza tranquilo a su casa, con la libertad en sus alforjas; el Consejo de la Judicatura –sello de por medio– asume funciones que no le corresponden y emite un raro boletín que divulgan los medios tal cual.

Aparentemente inconexos, los hechos hablan de tinglado, a reiteración de una práctica favorable a la opacidad. Se ve difícil la lucha contra la corrupción; la estrategia contra el duartismo hace agua en la conciencia social: pocos aceptan como justicia lo que está sucediendo en Chihuahua, entre otras razones porque a la prensa misma se le cierra la puerta a una audiencia pública y de manera paradójica, si tomamos en cuenta que el reo se declaró culpable. En lugar de información, nebulosa; y se puede decir que no obstante encontrarnos en ascuas, el rechazo a lo que pasa es generalizado.

Vamos a esperar cuadrar los datos de la coyuntura y ahondar en la explicación de la misma. Pero una cosa está clara: los chihuahuenses, en grueso número, no esperaban que el desenlace se empezara a desbarrancar de esta manera. Y cuando digo en grueso número, no quiero decir que todos, porque en esto nunca hay todos. De ante mano podemos conjeturar que hay regocijo entre los duartistas y desde luego tristeza, que no debe paralizar, entre quienes desean extirpar el cáncer de la corrupción. Estamos alertas.