Un hecho importante y que pasa desapercibido porque se prefiere visualizar los biombos que el mismo gobierno pone para ocultar la realidad, es la negativa del Ejército –por no decir las fuerzas armadas que incluye otros de sus brazos– a entregar armas de gran poder a la Policía Estatal de Chihuahua, encabezada por Óscar Alberto Aparicio Avendaño.

Este jefe policíaco, con todo y sus títulos, ha fracasado en la tarea de brindar seguridad a la población chihuahuense. Sus vecinos se quejan de sus hábitos personales; en no pocas declaraciones públicas se advierte su desconocimiento de la geografía chihuahuense y emplea mucho la palabra “yo” al grado de que a él se le puede adjudicar el “ismo” correspondiente. Pero en ese afán de aparentar ingresó al terreno vedado de pedir armas poderosas a la Defensa Nacional, a sabiendas de la segura negativa. Su gestión ve más hacia su justificación de la ineficacia e ineficiencia que un deseo real de autodotarse de pertrechos.

Todos sabemos el antiquísimo argumento de “las armas reservadas para el uso exclusivo”, como para pretender que con las mismas se dote a fuerzas policíacas carentes de profesionalismo. Es razonable reservar esa capacidad de fuego, porque es más que evidente que andando el tiempo las mismas pasen a manos de las pandillas, los sicarios y el crimen organizado; pero el Ejército tampoco se salva, a la vista de los expertos su desempeño también huele a fracaso en el combate al crimen organizado, el narcotráfico y el trasiego de armas a través de fronteras totalmente porosas. Con el lavado de dinero sucede lo mismo y no hay ni Banco de México, ni Comisión Nacional Bancaria, ni Secretaría de Hacienda, ni PGR, ni DEA que lo evite.

En realidad lo que está a la vista es la descoordinación de todos los famosos niveles de gobierno, que de existir tendría en presencia armas y efectivos del Ejército, que por cierto se extralimita en sus funciones que la Constitución del país le asigna.

A estos actores les interesa más la política que la violencia que se expande por toda la república, daña a la población por todas partes y a Chihuahua. Estamos vergonzosamente en uno de los primeros lugares. Así las circunstancias, que el señor Gonzales Aparicio no nos venga con ese cuento, aunque pretenda embobar a través de los medios con su uniforme de lujo, su cachucha, sus títulos, sus condecoraciones y entorchados. En realidad nunca lo hemos visto trabajando sobre una mesa para mapas, menos en los territorios de fuego.

Y a todo esto, ¿dónde está César Augusto Peniche Espejel?, porque a la hora de la bomba y con apellido tan yucateco, estuvo ausente.