Para que haya democracia se requieren demócratas. En igual sentido, para que haya reformas progresivas se necesitan reformadores con callo u oficio. El drama que vive Chihuahua es por la ausencia de unos y otros, y el mejor ejemplo, en la coyuntura, es el procesamiento que se ha dado a la llamada reforma electoral (elecciones primarias y segunda vuelta). No se pueden intentar los proyectos de alto calado, que deben tomar un tiempo acompasado, al cinco para las doce. Eso habla de negligencia y también exhibe un panorama en el que el Poder Legislativo está como intendencia del Ejecutivo y dispuesto a la hora de sus caprichos.

En el caso que me ocupa es lamentable, porque hablar de elecciones primarias, sobre todo, es alentar un proyecto de saneamiento de la vida de los partidos, hoy en manos de las mafias, como bien lo exhibe la imposición de Omar Bazán en el PRI local, precedido del nombramiento de Fernando Álvarez en el partido-casa de Corral Jurado. Las elecciones primarias darían presencia ciudadana vinculatoria para los partidos, haciendo de lado a las camarillas que tanto daño le han hecho a la consagración de los partidos como entes de interés publico. No bastan las buenas intenciones que se cobijan con el sello de la ocurrencia testimonialista.

Proponer las elecciones primarias, en el esquema constitucional actual, es aspirar, legislativamente, a algo irrealizable, dado que la vida interna de los partidos políticos está normada por una ley que impera a nivel general en la república. Hemos llegado aquí porque la triada PRI-PAN-PRD abdicó en esta materia, y en muchas más, de la autonomía interna de los estados, por lo que se refiere a su régimen interior. Estas transformaciones sólo pueden llegar cuando haya posibilidades de una revolución política democrática que se espera en el país. La clase política actual permitió un centralismo que envidiarían Antonio López De Santa Anna y Porfirio Díaz.

Ya estamos a la vista de un espectáculo de un proceso legislativo viciado –los partidos pequeños obteniendo un pequeño triunfo y los grandes revocándolo–, pero aún en el caso de que lograran sacar adelante las primarias a través de la acción de la inconstitucionalidad, se vendría abajo. Corral lo sabe, pero su deseo de lucir, dejar testimonio en el Diario de los Debates, para la mayor gloria de su egolatría, le gana a toda racionalidad. Más ahora que confraterniza con Omar Bazán, hombre de turbios negocios beltronistas en la región del municipio de Bocoyna.

Soslayo escribir de la segunda vuelta; es, a lo sumo, iniciativa para documentar fracasos reformistas. Las primarias, insisto, son una buena propuesta que desde hace mucho tiempo ha venido preconizando el parlamentario Pablo Gomez Álvarez. La autoría se pierde en el ejemplo de muchos sistemas democráticos y aquí se le da el halo de innovación, olvidando que las grandes reformas no pueden ser hechas anunciando las iniciativas 24 horas antes de su posible aprobación. Eso riñe con el espíritu de la democracia cuando un gobierno como el de Chihuahua renuncia en los hechos a la fuerza decisoria de la ciudadania y la sociedad, en aras de la frivolidad y el marcaje de precedentes inútiles. En los hechos se renunció a promover una iniciativa popular, que hubiera sido lo correcto.

Todo esto lo digo consciente, como alguna vez lo dijo Octavio Paz, de que en México hay buena tradición de reformismo histórico, que aquí se nubló, como bien lo muestra el Encuentro Chihuahua I y 1/2 que se celebró ayer en Palacio de Gobierno, cuando Corral y Bazán sellaron su entrevista con un apretón de manos. Parece que lo dijo Cervantes: “Cosas veredes, Sancho”.