Es una historia ya documentada que las efemérides que recuerdan momentos de combate, lucha y resistencia, que alcanzaron altos rangos de razón, coraje y hasta heroísmo, en un proceso largo y complejo terminan en manos del poder establecido. No pocas fechas han terminado en liturgia.

Podrían ponerse muchos ejemplos, pero basta uno para abonar a lo que he dicho: el Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajo, por decreto de la Segunda Internacional, nos trae a la memoria la lucha de los anarquistas y los socialistas, el empleo de la acción directa, la jornada de ocho horas frente a las inhumanas condiciones que prevalecieron en etapas tempranas del capitalismo, ha quedado en México como una marcha de la mansedumbre en la cual los asalariados desfilan ante gobernantes y empresarios que los humillan y los postran como en los viejos tiempos. El charrismo sindical claudicó y entregó al PRI el Día del Trabajo.

Algunos de los llamados Mártires de Chicago pagaron con su vida; otros sufrieron penas menos severas y continuaron en la lucha, y en los Estados Unidos, salvo en círculos muy cerrados, se recuerdan las gestas de los años 80 del siglo antepasado en ese país, que por cierto no festeja el Día del Trabajo en la fecha reconocida prácticamente de manera universal.

Para algunos analistas, el manejo histórico de estos tiempos señeros es sometido a un proceso de institucionalización que todo lo carcome. Vaya un segundo ejemplo: la mal llamada Semana Santa se ha convertido en una gran festividad, pagana en grado extremo, dirían los integristas. Pero de hecho hay más gente en la milonga que en los templos. Lo que fue sacrificio se torna festividad, y con ello ganan los que están al frente del poder hoy, mañana y mucho tiempo después.

Así sucede con las fechas notables del movimiento liberador de las mujeres. El 8 de Marzo, también legado socialista, suele olvidar la esencia histórica que está atrás y ya prácticamente se ha tornado en un banquete en el que es frecuente presidan los misóginos. Pienso que el recordar las luchas del pasado se ha de hacer con independencia de cualquier poder (político, económico, religioso) para que sirvan como una especie de pedagogía social de lo que no se quiere, de las opresiones que hay que desterrar en el presente y en el futuro. De ahí que reivindicar esta independencia resulte nodal.

Fui testigo y copartícipe de cómo el 25 de noviembre se fue abriendo paso en las calles de Chihuahua a través de minúsculos eventos –siempre despreciados por el poder– que parecían nada en el gran contexto de la sociedad. En esos tiempos, no tan viejos, vi discurso, congruencia, coraje, límites al poder y la manipulación, que derivaron en solvencia moral que acrecentó la consistencia de las luchas contra el feminicidio, la violencia en general, y en mérito a esos antecedentes pienso que es el camino por el que se debe continuar en lo esencial. Cuando se erigió la Cruz de Clavos ese fue el compromiso. Ha de continuarse, a mi juicio, por esa senda.