Los potentados, algunos de linaje reconocido y desde luego con heráldica, hacen las cosas porque pueden, no por suerte ni por azar, ni todo lo que semeje a estas lindezas. Me gustaría que el gremio de los arquitectos, los historiadores y urbanistas algún día penetraran en el tema que ocupará esta columna de manera breve.

En el centro de la ciudad de Chihuahua hay edificios con historia en el ámbito de los negocios que luego quedaron obsoletos para servir a los mismos y pasan a ser propiedad del gobierno a través de opacas y jugosas operaciones económicas. Me referiré, para no ser muy prolijo, a dos de estas “majestuosas” construcciones:

La que ocupó el antiguo Banco Provincial del Norte, a la que se le adosaron secciones para oficinas, un hotel de lujo en su tiempo, un penthouse y hasta una discoteca cuando John Travolta las puso de moda y que hoy es la sede del Congreso del Estado, frente a la Plaza de Armas y de cara a la calle Libertad. A la hora de la compra de este edificio por parte del gobierno en la despreciable época de Patricio Martínez, estaba claro que el “rascacielos” ya no servía absolutamente para nada, pero buenos negociantes –los compradores y los vendedores– tuvieron la ocurrencia de convertirlo en el edificio del Poder legislativo. Parece ser que la operación rebasó los 100 millones de pesos y mucho dinero público para acondicionarlo sin lograrlo hasta este momento, casi trece años después. El antiguo Fermont, luego Hotel Presidente, vino a lucir como hojalata, cuando a Óscar Flores Sánchez se le ocurrió acabar con la torre de cantera (adiós torres de cantera, dice el corrido) del, ese sí majestuoso, Hotel Hilton.

Y es que el edificio, que se reducía a unos cuantos metros cuadrados de base, distorsionó en su momento el entorno urbano por estar a un lado de la joya arquitectónica que es la Catedral de la ciudad de Chihuahua. A sus dueños o causahabientes les representaba un edificio obsoleto, sin estacionamiento, inservible en pocas palabras. Pero, gobierno ahí estás, salva a los que más tienen, y ahora, condenado tarde que temprano a desaparecer, ahí está como la Puerta de Alcalá: horrible, molesto a la urbe y como claro adefesio. El gobierno adquiere y los privilegiados se llevan los millones.

Igual pasó en la administración de Javier Garfio con el antiguo edificio del Banco Comercial Mexicano, después convertido en Scotiabank, construido en la época de oro de Eloy Santiago Vallina García (no es mi pariente), sede del abusón y legendario Grupo Chihuahua, que a un lado de la Catedral se erigió, creo, allá por los años 50. Pues tanto el banco como el grupo económico dejaron de necesitar ese cubo adefésico que está de frente a la Plaza de Armas. No hallaban qué hacer con él sus dueños y, dónde estás, municipio, para que lo compres, y Garfio para que firmes las escrituras. Decían que iba a ser la sede de la Tesorería municipal –hágame usted el favor–, convertirlo en confluencia de los habitantes del municipio para ir a pagar el impuesto predial. Ahora la alcaldesa María Eugenia Campos dice que el inmueble es inoperable, que no tiene infrastructura para ofrecer servicios de Tesorería, que está deteriorado y que para rehabilitarlo se necesitan al menos 9 millones de pesos que no se tienen. Pero Garfio resultó muy comprón y de paso adquirió también el antiguo Hotel del Real.

Si contrastamos estas operaciones contra el estado que guardan algunos sitios de verdadera importancia cívica o urbanística, encontraremos que para estos últimos no hay presupuesto. Es miserable la conducta de los gobernantes que realizan estas operaciones mercantiles, con diezmo y todo, para arreglarles la vida a quienes no tienen ningún problema y enviando de paso al diablo a los demás.