El día de hoy aparece en Milenio una sugerente y autoadulatoria entrevista a Omar Bazán, síndico de la quiebra del PRI en Chihuahua y líder de una minoría congresional local. Llamó mi atención su afición literaria por Martín Luis Guzmán, uno de mis favoritos, sobre todo por su galanura de estilo y por su obra imperecedera, “La sombra del caudillo”.
Para Bazán el tema ahí es la sustitución de un régimen por otro; en realidad, de una pandilla por otra, de las que salieron triunfantes luego de la revolución iniciada en 1910. Qué bueno que tenga esas aficiones y malo que no se vea en las páginas de la afamada novela llevada magistralmente al cine.
Para mí, Omar Bazán encarna a un personaje esencial en la novela. Se trata del divisionario Ignacio Aguirre, que narra cómo recibió un soborno, toda una larga apología de la corrupción política expresada ante Tarabana, una especie de secretario particular que fue reconvenido por el general (la tentación de hacer la cita me sedujo) de la siguiente manera:
“¡Ah! ¿No? Muy bien, muy bien, dejemos entonces el punto y vamos a lo que importa. Mira: me embolso los veinticinco mil pesos. Voy a darte las comunicaciones según las quieres. Pero ya que hablas de moral, no confundas los móviles. ¿Sabes por qué tomo el dinero? No porque me figure que el tomarlo está bien hecho; no soy tan necio. Lo tomo porque lo necesito, razón, ésta sí, definitiva, concluyente: ‘porque lo necesito’. En cuanto a tus silogismos, no podrían convencerme; son buenos para los acomodaticios y los pusilánimes, y yo, aunque sin vergüenza, no me rebajo a tal extremo. Soy un sinvergüenza, pero un sinvergüenza dotado de valor y voluntad”.