Liz Aguilera decidió, contra toda lógica benevolente o utilitario consejo, participar de un gobierno desprestigiado y agónico. En el PRI le llaman “institucional”. No haré mi ya recurrente recuerdo de la empleomanía ancestral que hoy se cristaliza en la aceptación de un bajo cargo por parte de la señora Aguilera y que El Tlacuache Garizurieta (por cierto ensayista de prestigio) definió como vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. No me detendré en esa analítica vertiente. Me decantaré por otra lógica, la que se acuñó a partir de la palabra “caerse”: te caes para arriba, o te caes para abajo.
La señora sin duda tiene talento e inteligencia, activos que no le regateamos, pero de inicio su carrera política surge apalancada por el corporativismo clientelar que se construyó a partir de los colegios de Bachilleres, y fue así como empezó a escalar y a crecer al impulso de la catapulta que utilizó para ir transitando por los laberintos del poder local. Participó en funciones de contraloría y administración con el exgobernador Reyes Baeza; después ocupó un cargo de esos que el duartismo llamó “Secretaría de estado”, donde vio pasar la corrupción del duartismo sin decir ni pío. Tuvo su estadía en el Congreso local como diputada y, al ir escalando. sufrió el descalabro de no llegar a diputada federal en las pasadas elecciones. Hasta ahí la caída era hacia arriba, iba demostrando capacidad de nivel para crecer en lo que de manera amplia llamaría la nomenklatura ballezana. Esas posibilidades le abrían una senda, una oportunidad de demostrar en esferas ascendentes las capacidades y la inteligencia. Pero ya ven cómo es el voto popular, que no le alcanzó para formar parte de los 500 de San Lázaro.
Y se cayó, ahora para abajo. Aceptó un cargo mediano de publicana. Ahora es recaudadora de rentas en el municipio de Chihuahua. En términos políticos, hoy que está abajo va a tener la oportunidad de demostrar temple, comprobar que se puede ser en cualquier parte, y hasta hablar de esa humildad que los priístas llaman vocación de servicio. Lo que sí está fuera de duda es que es un baldón que se carga de por vida el ponerse al servicio de un corrupto y delincuente político como Jaime Herrera Corral. Caerse así es más que un resbalón.
Por lo pronto, lo que estaba Lizto, cayó en lo mal ¡oof!