Miguel Silerio es un joven estudiante de periodismo y muy temprano se topó con la compleja realidad que caracteriza a gran parte de los medios en el país, como muy bien lo demuestra el escándalo que rodea el despido de Carmen Aristegui. No pretendo abordar el tema en su conjunto, pero hay un hecho que frecuentemente se soslaya al interpretar esta problemática y va envuelto en una antagónica contradicción: todos tenemos derecho a la información, las audiencias no son exclusivamente receptoras y pasivas y tienen prerrogativas jurídicas qué hacer valer, por una parte; por la otra, la indiscutible calidad de empresa capitalista –por ende, seguidora de los dictados de la ganancia mayor–, lo que deviene en el ejercicio de una relación de esclavo y amo entre el que ejerce el periodismo y el propietario del medio (periódico, estación de radio, televisión, diario digital, etcétera), por lo general personas divorciadas del oficio, y no de manera infrecuente, ignorantes hasta la médula.
Va de historia el reciente caso de Silerio. Él publicó en su cuenta de Facebook el siguiente comentario, a propósito de la presentación de Juan Gabriel en Ciudad Juárez a través de un acto político:
“Gracias a los medios de comunicación que no publicaron ni una sola nota sobre la absurda estrategia de César Duarte para desviar la atención del proceso penal en su contra, congratularse con los chihuahuenses y colgarse la medalla de pacificador de una ciudad que aún es violenta. Gracias a los reporteros que se dedican a difundir publicidad oficialista disfrazada de información. Gracias a los periodistas que no se atreven a contradecir las órdenes de sus dueños. Gracias, porque por ustedes tenemos un periodismo huérfano, de ideales contradictorios, a la medida de nosotros mismos.”
El post de Silerio provocó reacciones entre los integrantes del medio periodístico y generó un debate entre periodistas y no periodistas. Luego el estudiantes se defendió en otra publicación que también se reproduce a continuación:
“Sobre mi publicación de ayer, quiero decir que me parece adecuado que haya réplicas, y que las respuestas de algunos periodistas den pie a la discusión y la crítica. Sin embargo, también han habido réplicas, como aquellas que restan importancia a mi opinión por ser un estudiante, que me parecen reaccionarias y ridículas.
Yo soy periodista. Lo soy todos los días, 24 horas diarias, desde hace algunos años.
No necesito formar parte de la nómina de ningún periódico para ejercer mi derecho fundamental de conseguir y difundir información por cualquier medio. Si verdaderamente creen que no puedo llamarme periodista por no tener una licenciatura que lo acredite, ¿cuántos de ustedes son periodistas?
Defiendo mi postura, pero soy perfectamente capaz de admitir que me equivoqué al generalizar (como lo señaló el periodista Luis Carlos Ortega) y extender mi punto de vista a todos los periodistas de la localidad, pues algunos (como los maestros Pablo Hernández, Óscar Vázquez y Daniel Centeno) han contribuido enormemente a mi formación; desdeñar las virtudes de su actividad profesional es tanto como negar el profundo respeto que siento por ellos.
Sin embargo, me rehuso a ignorar las coberturas claramente tendenciosas de algunos medios, la falta de ética profesional de algunos periodistas y la facultad decisiva que los empresarios dueños de medios ejercen a su gusto y conveniencia.
El caso particular al que me refiero en mi publicación, es a la reciente presentación de Juan Gabriel, un acto evidentemente político y proselitista, impulsado por el gobernador, y al que los medios no criticaron ni cuestionaron.
Por favor, no crean que sus lectores somos ingenuos y que no logramos identificar los acuerdos, compadrazgos, campañas de descrédito y alianzas que los medios tienen con empresarios y funcionarios públicos.
La única manera de mejorar las condiciones de esta profesión, es ejerciendo la autocrítica y aceptando que hay cosas en los medios de comunicación que están fundamentalmente mal, actúan en perjuicio de la libertad de expresión y agravian el derecho de los juarenses a estar informados.
Y no, no estoy confundido ni desconozco los géneros periodísticos. Y entiendo la justificación que algunos periodistas ejercen en torno a las notas informativas, los datos duros y la falsa y obsoleta idea de la objetividad. Sería conveniente abolir esa concepción absurda, que postula que de intereses particulares puede surgir información imparcial.
La labor del periodista, desde mi punto de vista, incluye la elaboración de una agenda propia, de ideales y prácticas, que contradiga a la agenda impuesta por los gobernantes.
Para mí el periodista es un profesional independiente, un agente pensante, y no un robot dedicado a obedecer órdenes y difundir boletines.
Y para quienes asumen que ingresar a un medio va a cambiar mi punto de vista, que los ideales terminan donde empieza la conveniencia, y que lo que expreso no tiene conocimiento de causa, les informo que no se trata de un capricho ni de una acusación sin fundamentos, sino de una convicción real en torno a la profesión a la que le dedicaré mi vida.
Espero que los periodistas jóvenes, los que son mis compañeros en la licenciatura y los que se están formando en otras instituciones, asuman el compromiso de cambiar todo lo que se está haciendo mal, aunque deban ir en contra de las imposiciones de los de arriba y las críticas dolosas de algunos miembros del gremio.
Celebro, sin embargo, a aquellos periodistas que se toman el tiempo de replicar, abonar al debate, responder a las críticas y defender su punto de vista con base en su experiencia.”
Miguel Silerio inicia dando un paso importante. Es como aquel militar joven del que Napoleón opinó que llevaba el bastón de mariscal en la mochila. Me congratulo del empuje de este joven. Deseo resista y persista, y no tengo menos que recordarle, desde esta modesta trinchera, las cinco dificultades que Bertolt Brecht reconoció en quien escribe la verdad –es importante subrayar lo que el joven periodista dice en torno a la objetividad, aspecto que no se debe perder de vista–: en primer lugar el valor de escribirla, en segundo la sagacidad para reconocerla, en tercero el arte de manejarla como poderosa arma, el cuarto la pericia de escoger a aquellos en cuyas manos la verdad se hace efectiva y, en quinto lugar, al final pero no al último, lo que el autor germano denominó “la maña de propagar la verdad entre muchos”. Cierto que el reconocido poeta habló de estas dificultades en sociedades dominadas por el fascismo, pero también las extendió a países “democráticos” como en el que vivimos aquí y en el que todos los días se sufre el desprecio por el ejercicio pleno de las libertades, que las atenazan a un tiempo, tanto los propietarios del medio –verdaderos dictadores– como los dictadores del gobierno que administran el bozal de oro acrecentado con el patrimonio público proveniente de los impuestos. También juegan su rol los que reclaman un trato de excepción, y que en efecto lo son, pero confunden la crítica con el ejercicio de diplomas que los distingan, cuando se cuestiona el papel de los medios, ya no digamos por ejercer una hegemonía sino un dominio casi absoluto. Las solitarias golondrinas que hacen verano, lamentablemente padecen las generalizaciones.
Va mi solidaridad con Miguel Silerio y el deseo de que su paso por las aulas de la escuela donde se forma no se convierta en la antesala del proscrito.