Cuando López Obrador, contra toda lógica y desentendiéndose del mundo en que vivimos, decretó que la política exterior mexicana la iba a dictar la política interior, se banalizaron totalmente las relaciones con el mundo y se dedicó personalmente a crear conflictos donde no los había: España, Perú, Ecuador son ejemplos más que elocuentes. Sus simpatías siempre fueron para gobiernos antidemocráticos o dictatoriales: Nicaragua, Cuba y Venezuela.
En el delicado asunto de Ucrania fue ambivalente a pesar de que ese país sufrió una invasión. Al caso palestino no le fue mejor.
Y como la política exterior quedó absolutamente en sus manos, la cancillería dejó de jugar el papel que constitucionalmente le corresponde, una serie de personas pasaron a ocupar las titularidades de consulados y embajadas, entre ellos exgobernadores del PRI.
Frente al profesionalismo se impuso el cariño presidencial por la improvisación más absurda. Marcelo Ebrard aparte de estar al frente de relaciones exteriores sirvió de mil usos para otras agendas.
Con Estados Unidos López Obrador jugó el rol de un nacionalista trasnochado e incluso apoyó a Trump de manera obscena y verdaderamente vergonzoso y traidor en política migratoria, poniendo la Guardia nacional a jugar ella rol del Border Patrol. Cuando Biden ganó regateó el saludo protocolario que se entiende como reconocimiento.
Sirvan estos párrafos de premisas mayores para entender el desaguisado que hay con el comportamiento crítico que ha asumido el hombre de la tejana y embajador de los Estados Unidos Ken Salazar. No hay de otra y todo el mundo lo sabe,
quien le dio derecho de picaporte a ese embajador para que entrara y saliera del Palacio Nacional y se paseara por sus pasillos fue el mismísimo López Obrador. Y cómo no, si la política exterior era su asunto personal.
Cuando Claudia Sheinbaum llega a la presidencia le manda decir a Ken Salazar que la puerta de entrada a su gobierno es la cancillería y que al igual que los otros embajadores por ahí entre para las gestiones de primer nivel que nos atan a los Estados Unidos.
Cuando Ken Salazar da a conocer el fracaso de López Obrador en materia de seguridad, el gobierno de Sheinbaum le hace un extrañamiento mediante una nota diplomática y está bien, solo que esa valentía es oportunista porque en los Estados Unidos ya había ganado Trump, y el embajador de Biden empezó su declinación.
México tiene momentos de mucho brillo en materia de política exterior y un común denominador en el trato con la potencia norteamericana, el famoso vecino distante, no hay que echar por la borda esa experiencia.
Hay, además, un denominador común que nos dice que el embajador yanqui en México siempre va a defender única y exclusivamente los intereses de los EU. Esa es la historia desde Poinsett, pasando por Lane Wilson, Morrow, Negroponte y, desde luego, de Ken Salazar al que López Obrador pensó que formaba parte de su corte.
Si alguna moraleja cabe en esto es recomendar que la política exterior hoy abarca todo el mundo, tiene muchas aristas con los EU y sobre todo es cosa seria, lo debe entender Juan Ramón de la Fuente.