Va de nuez contra don Constancio. Empezaré por una humorada, dando noticia de que en no pocos círculos del catolicismo chihuahuense lo llaman Ausencio, porque su constancia realmente no se deja ver por ningún sitio, salvo los eventos en los que aparece rodeado de los caciques del poder local. El asunto a tratar tiene que ver con la catedral de Chihuahua, que a decir del clérigo hay que remodelar, y en ese marco es importante, de inicio, que si tal cosa es cierta –y no dudo que lo sea–, se tiene que atender con todos los debidos cuidados para no dañar una joya del patrimonio cultura construido en esta región del país. Digo esto porque si a Constancio, por su cercanía con Duarte, ya se le influyó en eso de andar realizando remodelaciones a modo, la catedral corre el peligro de que lo kitsch duartista haga su aparición. El INAH debe estar muy, pero muy pendiente.
Asunto no menor es advertir cómo el arzobispo carece de imaginación para hacerse de fondos y realizar la empresa que para él sólo es posible e imaginable con el apoyo del consagrante César Duarte y su sacristán, Javier Garfio Pacheco. En otras palabras: “Ya hice llegar –dice Miranda– al señor gobernador, la petición de ayuda”. Es la vieja actitud de la iglesia colonial de depender del poder, recibir prebendas y pasarle la factura a toda la sociedad, como si ésta fuera un monolito que ha de apechugar erogaciones que no le corresponden al poder público y que son de origen fiscal. Según el INEGI, en Chihuahua hay una población de 2 millones 218 mil 714 de católicos, que de manera directa podría aportar a un fondo para realizar las mejoras a catedral, desde luego con transparencia y honradez que no se garantizan en sí mismas por el hecho de ser sacerdotes los que eventualmente pudieran administrar. Es claro que a esta iglesia se le acabaron los fierros y los esclavos para realizar obras arquitectónicas de relevancia, como obvio también lo es que sólo tengan ojos para ver al gobierno y estirar la mano para recibir, al más puro estilo clientelar y facilón, dinero, como si se tratara de las viejas obvenciones.
Por último, no está de más señalar que estando en su nivel más bajo de simpatía el cacique mayor, recurra a la complicidad del obispo para remodelar la catedral y granjearse algo de cariño. Si ya no lo obtuvo con la consagración, menos lo tendrá con una obra en la que es factible se les ocurra alguna de esas “genialidades” que luego dan al traste con un patrimonio, como el que tenemos aquí, doblemente centenario y muy estimado por todos por su factura que los estudiosos de la historia y la arquitectura han encomiado.