Pablo Héctor González, el presidente del Tribunal Superior de Justicia, acaba de participar en un coloquio que se presume como internacional sobre justicia en la virtualidad. Quizá lo único que lamente es que haya sido a través de mecanismos digitales y no haya disfrutado de su enfermedad turística. González pasará a la historia como uno de los peores presidentes que haya tenido el Poder Judicial en el estado de Chihuahua; su camaleónica personalidad le ha permitido estar bien con los gobernadores con tal de ir construyendo la escalera para brincar de un cargo a otro. De corazón y linaje azul, en los tiempos de Duarte se le veía presuroso por las tardes a dar consejos al tirano; después ya no batalló, sus clases de teología le ayudaron como credencial con el gobierno de Corral.
Durante su estancia en la presidencia del TSJ se ha dedicado a viajar, viajar, viajar, y dar cursos, olvidándose de que es muy costoso su sueldo y altas las prioridades de su responsabilidad, que no le interesan.
El Poder Judicial está caracterizado por su obsequiosidad con el Ejecutivo, por la coexistencia pacífica con los magistrados espurios, por la holganza y el persistente turismo de su presidente. Por eso, la justicia está por los suelos en Chihuahua, pero eso sí, la virtualidad en materia de justicia forma parte de las preocupaciones del presidente, a la vez que sus especulaciones sobre el carácter alado de los ángeles, de esos que sólo veían en las abadías, los monasterios y los conventos, danzando bajo los acordes del canto gregoriano.