Militaba en el Partido Mexicano de los Trabajadores y se ganaba el pan como periodista; en otra ocasión administrando un modesto restaurante propio en el centro de Chihuahua. Seguidor de Heberto Castillo y libre e independiente siempre. Siempre, hasta su muerte. Gabriel Valencia Juárez llegó un día a mi oficina escaso de dinero –cómo no–, apesadumbrado por la necesidad de pedir mi apoyo. No era ningún sablazo, él no gustó nunca de esa práctica tan común en nuestra sociedad. No. Me planteó una operación civil, más que mercantil: una simple compra-venta y exhibió la cosa –así se dice– y propuso precio para consumar el contrato.

La cosa fue (fácil de suponerlo en un hombre familiarizado con las letras) un precioso libro publicado en 1957 en Barcelona, volumen doble en octavo, de la colección Orfeo y de la editorial Plaza & Janés. 2200 páginas en papel biblia, conteniendo “Tres mil años de amor”, que ese era el título del libro. Bellamente ilustrado, contiene, entre otros, novelas de Dante Alighieri, Edgar Alan Poe, Nataniel Howthorne, Ramón Del Valle-Inclán, todas ellas hermosas. Me dijo Gabriel que lo había comprado en una librería de viejo, creo que en La Sorbona, de Marco Toño, ubicada en la Calle Juárez de Chihuahua y en 140 mil pesos de aquellos que ojalá no regresen. Entablamos un sencillo trueque y regateo: 

—Me pongo de modo —dijo Gabriel—,  sostengo el precio señalado y aunque muy ajadas las hojas, considera que está empastado en piel de vacuno catalán.

—Habría que ver un peritaje —contesté— de un talabartero local para verificarlo, —agregué en tono de defensa. 

—Son tres mil años de amor, considéralo. Además presumo que pasó, antes de llegar a Veracruz, por Monserrat. 

—¡Zas! Aquí está el pago y salida la mercancía no te admitiré reclamación. No vayas a regresar después con que lo tienes que reintegrar o devolver a una biblioteca pública de Andorra La Vieja. 

Nos reímos. Yo pronuncié las frases sacramentales Do ut des que me enseñó Rafael Lozoya Varela, el romanista.

No recuerdo ahora si ya se había publicado el libro de Gabo sobre El amor en tiempos del cólera, pero no pongo en duda de que me ayudó a leerlo. A pesos de ahora aquellos 140 mil serían 14 pesos, quizá 140. Así es la vida de los periodistas de a pie. 

Buen amigo Gabriel, al que siempre quise y admiré. Tuvo la valentía de no quitarse su gorra verde olivo con la estrella roja de cinco picos. Fue un utopista convicto. No cualquiera, menos en Guachochi.

Su recuerdo está siempre presente en mi biblioteca, en señal de que los buenos amigos nunca mueren porque no se olvidan.

¡Qué tiempos! Incipit vita nova.