De ser ciertas las declaraciones que, según la prensa, emitió Juan Carlos Loera de la Rosa en el sentido de que rumbo al 2021 ya ve “muchos competidores”, tales palabras no hacen más que confirmar de qué está hecho el bisoño súper delegado del gobierno federal en Chihuahua.

Detrás de esa minúscula historia de oportunismos se exhibe toda una caterva de despropósitos que son, precisamente, los que tienen postrado al estado de Chihuahua en materia de democracia, de buen gobierno y apego a los mandatos constitucionales. 

Las declaraciones del virrey chihuahuense ya desnudan al mirrey que lleva dentro. En realidad, eso es lo de menos; allá él. El problema es que tratándose de un funcionario público cuya actuación ha de configurarse como parte activa de una supuesta renovación ética para el país, termina con una fraseología –uno está en lo que dice– cuyos anhelos democráticos no se inscriben ni siquiera en las formas. Porque en el fondo repite los mecanismos del pasado, tal como los creó y aplicó el PRI durante más de siete décadas y tal como los repite el PAN a cada rato.

Pero qué se puede esperar de alguien que a tres meses de haber ocupado una curul federal por la vía plurinominal en la Cámara de Diputados decide solicitar permiso para regresar a Chihuahua a codearse con los nuevos pudientes del poder local y dar la impresión de que ya trascendió, de que ya forma parte de la nueva élite, de que ya mira de arriba hacia abajo.

Y qué se puede esperar de quien apenas instalado en ese nuevo encargo se deja llevar por el canto de las sirenas (AMLO se lo echa en cara a sus enemigos de vez en cuando) y se asume –o se pavonea– con posibilidades de ser candidato a la gubernatura chihuahuense, algo a que, por lo demás, tiene derecho. Pero, como digo, esa pequeña historia que lo antecede lo pinta de cuerpo entero, en capacidades, en intereses personales. 

En menos de un año, la Secretaría de la Función Pública lo investiga por el supuesto uso indebido de recursos públicos y por hacer promoción personalizada (sic que huele a desacato). Su ausencia en el caso La Boquilla y luego su débil, tardío y desatinado pronunciamiento (por redes sociales, como Trump) forman parte de esa cadena de eventos desafortunados que él mismo ha venido construyendo alrededor de su, repito, microscópica suficiencia política. 

Si nos atenemos a la memoria, a la llegada de juventudes que fortalecen la participación ciudadana en la política, al empoderamiento de las mujeres y al humor social que, entre otras cosas, tronó al PRI en toda la república, ninguno de los aspirantes que baraja la prensa está en condiciones éticas para aspirar a un nuevo cargo público, simple y sencillamente porque, ante la falta de autocontención, no han terminado ni la primera mitad de los encargos públicos que hoy ocupan. O sea, la encarnación del chapulineo, pues.

De esa manera Loera no tendría porqué ver “muchos competidores” ni andar convocando corporativamente a la burocracia morenista (¿dónde habremos visto eso?) para exigir su apoyo y tratar, al menos mediáticamente, de contrarrestar a aquellos . Porque si nos ceñimos a los razonamientos del párrafo anterior, tampoco él sería competencia de nadie. Así de fácil, o así de imposible.