Se puede sostener que el priísmo no ha muerto (vive en varios partidos), pero de que está en terapia intensiva permanente no hay duda. Me refiero al PRI que aún navega con esas siglas. 

A fines de la semana pasada vino por acá José Eduardo Calzada Rovirosa, encargado del Movimiento Territorial y exgobernador de Querétaro. Su estancia se debe a que se preparan para el 2021; pero la reunión tuvo aspectos de funeral o de visitante en hospital en las inmediaciones de las salas de espera de pacientes terminales. Acompañado del pillo Omar Bazán y de la ya sempiterna Graciela Ortiz, dijeron que se están “poniendo en marcha”, aunque se dude de su vitalidad. Cada quien sus ilusiones.

Calzada nos vino con viejas frases que antes eran mensajes subliminales para asumir el poder. Dijo que hay personas que pueden y quieren ser candidatos, pero que hay gente que puede y no quiere; lo que, palabras más, palabras menos, significa que están en la ruina política y electoral. Se pronunció contra aquellos que sólo tratan de vender espejos, y llamó a los que sí cumplen. Se olvidó de una cosa: que ya los priístas no se ven cuando posan frente al espejo. Tienen el síndrome del vampiro.