Al paso que vamos muy pronto la señorita María Eugenia Campos propondrá, para fortalecer las virtudes en la mujer, el uso del cinturón de castidad. Muy pocas propuestas le faltan para inscribirse de lleno en la visión más conservadora y tradicionalista de que haya dado cuenta un alcalde o alcaldesa de esta ciudad. En un afán de seguir completando su agenda ProVida, que al final a quien perjudica es a las mujeres, ahora la novedad es que se pronunció en contra de la eutanasia. 

A la alcaldesa chihuahuense le he recomendado que practique una ética para inteligentes y que además se haga cargo de que una cosa es la responsabilidad pública, que siempre se debe apegar a la ley, y otra las convicciones personales, pero parece no entenderlo y mucho menos practicarlo. Es más papista que el Papa y piensa que con su agenda conservadora ganará votos en un electorado que entiende archiconservador, cuando los procesos de secularización y profanización de la sociedad van marchando por la ruta de una modernidad que es difícil detener. Tiene derecho a pensar como le venga en gana; a lo que no tiene derecho es a privilegiar sus propias creencias por encima de lo que dispone la Constitución y la ley. 

Cuando leo las baratijas que dice, y tengo a la vista la referente a la eutanasia, muerte asistida y otras connotaciones sobre este tema, no me queda más que constatar que ella se ha quedado muy atrás, incluso dentro de su propia confesión. Esto lo pienso más cuando he leído al gran teólogo católico Hans Küng, en particular un texto donde se pregunta si tiene salvación la iglesia católica, y otros más, y en el que me encontré esta frase: “Precisamente porque creo en una vida eterna, tengo derecho, cuando llegue el momento, a decidir bajo mi propia responsabilidad la hora y la manera de morir”.

Pero a qué venir con citas tan sabias si lo que le interesa a Maru, en efecto, es la vida eterna en los cargos públicos, desentendiéndose que ahí la eutanasia la marcan los ciudadanos, que no el derecho divino de los reyes.