De vieja data es la profunda observación de que PRI y PAN son, o han sido, enemigos complementarios. No se explica sobre todo al segundo sin el primero. Son algo así como sosias –perdón por la palabreja–, entes que tienen tal  parecido uno con el otro hasta el punto de poder ser confundidos entre ellos. Esto fue más claro cuando se adoptó el consenso imperial de los neoliberales que permitió decir que la derecha política en México tenía dos casas: la azul y la tricolor. Eso explica, por ejemplo, la conjetura de si Zedillo fue el último presidente del PRI o el primero del PAN. De lo que no hay un ápice de duda es el común denominador que unió a figuras como Salinas, Fox y Calderón, que en conjunto abarcan poco más de un cuarto de siglo de poder presidencial. 

Esa complementariedad fue útil a unos y a otros, fundamentalmente cuando se quiso imponer con Carlos Salinas un esquema de bipartidismo similar al norteamericano, que tropezó, entre otras cosas, con las secuelas de la reforma política de fines de los setenta encabezada por Jesús Reyes Heroles, impulsada con mérito no regateable por la izquierda democrática, que estableció la representación proporcional y abrió la poderosa corriente que consiste en propiciar una tercera fuerza que fue, primero, el PRD y luego MORENA, que se hizo con el poder durante la elección de 2018. 

Quiero decir con todo esto que esa confusión entre los dos partidos tradicionales ha perdido miga, y creo –aunque creer sea algo válido sólo en la iglesia– que el 2021 chihuahuense exhibirá de manera contundente que tal similitud llegó a su fin y que ya no habrá polarización de esa índole, ni las ventajas que da la misma, a uno y a otro partido.

Preocupa, de todas maneras dentro de esa agenda, subrayar que tanto el PRI como el PAN han contribuido a envenenar la política chihuahuense, sobre todo por la ausencia de un espíritu democrático genuino, impensable en el PRI y negligido profundamente por el PAN, que en principio dijo profesar un credo democrático. No descreo, aunque lo veo difícil por ser suicida, que se vayan a coaligar para elegir a un gobernador que garantice en nuestra entidad norteña que todo continúe como ha estado, con un poder divorciado de la sociedad y al servicio de la oligarquía que ya lleva mucho más de un siglo medrando del estado y sus ingentes recursos. Pero de que está la idea sobre la mesa, está. 

El muegano de la derecha política, ese conjunto de trocitos de aquí y de allá que tiene como cemento mantenerse en el poder y el privilegio, va a apostar por un campanazo en Chihuahua que se escuche en todo el país para dar una batalla en 2024 y desterrar la posibilidad de un cambio de fondo en el rumbo de México. En 2018 se dijo “no” a esa ruta y los que llegaron nos quedan a deber aún, porque a ciencia cierta no se sabe, por la sociedad y la colectividad, hacia dónde se navega. 

Esa es la responsabilidad principal de la actual conducción del país y su partido, ausente en la escena pública de Chihuahua en los asuntos esenciales que marcarán la posibilidad de cambiar la dirección en 2021, acabando para siempre con los enemigos complementarios señalados y los odios en los que han querido hundir al estado, y que necesitan superarse para la celebración de un nuevo contrato social que nos permita a todos avanzar más allá del estrecho andamiaje que una clase política ha impuesto y que no tiene más divisa que el usufructo del poder, observable aún en aquellas causas que se atienden y que tienen visos de legitimidad, como es la justicia selectiva que se practica en Chihuahua y que ha hundido en la decadencia a un Poder Judicial absolutamente dependiente del gobernador y contra toda promesa que al respecto se hizo de los dientes para afuera. 

La anquilosada cultura política instalada en estas tierras no deja de expresarse en esa sed de poder, desmedida. En su tiempo y frente a la sucesión de Patricio Martínez, de la que resultó ganancioso la ahora ausente casa reinante de los Baeza, dijo para apaciguar las rijosidades: “no te calientes granizo” con lo que quiso decir “dejen en mis manos designar candidato y gobernador”. Ahora Corral viene con esa cantaleta y recomienda que “no por mucho madrugar amanece más temprano”, con clara dedicatoria a María Eugenia Campos Galván, que le ha recomendado la pericia que la vanidad impide en el holgazán que está en el gobierno estatal y que ahora se ha convertido en aparato gestor de los negocios de Eloy Vallina. En otras palabras, Corral quiere que dejen en sus manos los entresijos de la sucesión. Pero es ingenuo, no tiene la talla, y tampoco la oportunidad de dar sus acostumbrados madruguetes. 

Más allá de lo anecdótico de todo esto, que raya en la picaresca por cierto, lo que tenemos ahora en este 2020 es una miserable pugna por el poder en la que los intereses de la sociedad –los intereses transversales de la sociedad– están ausentes y sólo prima la ambiciosa sed de poder y de continuar en la nómina y el control de las instituciones. Pero si esto es cierto para los panistas y priístas, también lo es para otros pretendientes y sus plataformas partidarias, trátese de Cruz Pérez Cuellar, Gustavo Madero, Armando Cabada, Omar Bazán y otros de cuyos nombres no quiero acordarme ahora.

Frente a esto hay que abrir alternativas, escudriñar cómo nos puede golpear la crisis de los partidos políticos, el papel de los jefes que están detrás de los mismos y que sólo los ven como franquicias y etiquetas, olvidando que el sistema de partidos ha de ser el corazón del régimen político democrático, no una fachada. No entenderlo así conduce a una tragedia que ya se ha vivido en otras latitudes del mundo. 

Para navegar hacia el 2021 con hechos y acciones, se debe recuperar la dimensión ética de la política, hacer el diagnóstico del quinquenio perdido por la incuria y liviandad de Javier Corral, y decirle a Chihuahua, así sea navegando a contracorriente, que un mundo para nosotros es diferente, en progreso, vida, salud, sustento, abatimiento de la desigualdad en favor de la inclusión, medio ambiente, paz, seguridad, democracia, igualdad de derechos, calidad de vida, conocimiento y felicidad, estado de derecho. 

¿Es mucho? Por supuesto. Pero jamás lograremos lo posible, como dijo un sabio maestro, si no nos proponemos una y otra vez lo imposible.