A una escasa semana de la presentación en sociedad del Colectivo Ciudadano, representado por Marco Adán Quezada y Armando Cabada, tiene pertinencia y sobretodo oportunidad reflexionar sobre algunos de los ejes que expresan esa propuesta. En primer lugar, porque el hecho tiene relevancia, no es cualquier cosa; en segundo, por los conceptos y contenidos que involucra y el cuestionamiento que se puede hacer a la congruencia con los mismos, particularmente cuando ostentan el rótulo de “ciudadano”. 

Las luchas contra los autoritarismos en prácticamente todo el mundo se nuclearon principalmente de una idea de buscar más sociedad y menos estado, gobierno y poder. Hubo una denonada búsqueda de la democracia. Esos autoritarismos, como en la variedad totalitaria, entrañaron un monopolio de la política reservada absolutamente como actividad permisible a los poderosos, en otros fue un simple monopolio del poder al negarle a los ciudadanos el acceso a la conducción de las instituciones públicas, particularmente a través del voto. Luego entonces, en uno u  otro caso, reivindicar la sociedad civil, foros de deliberación, literatura clandestina y al ciudadano y la ciudadana resultó toda una salida para irle haciendo barranco al llano, como dicen los rancheros de estas tierras. 

Pero eso no es todo, los que empezaron a derruir los cimientos de esos autoritarismos era frecuente –lo es ahora– que provenían de “adentro”; en otras palabras, que traían su propia historia y que esa historia como una sombra los persigue. Para bien o para mal de sus propósitos, no les es posible separarse de esa penumbra y todo esto es propio de los procesos transicionales en los que muchos de los que fueron empiezan a dejar de ser, o fueron y siguen siendo iguales bajo nuevos ropajes. Más apariencia que realidad, pues. Si esto fuera estrictamente para efectos de una biografía personal sin trasiego hacia la realidad, poco importaría, pero no es el caso. 

Apelar, como lo hicieron los impulsores del colectivo en cuestión a un sentido ciudadano, no debemos perderlo de vista. Tiene para ellos un sentido pragmático cuando rompieron con el partido y el sistema al que sirvieron por años; quiero decir que no les queda de otra más que apelar al aire fresco e ineludible que palpita en la base de la sociedad, donde hay gran desprecio por lo que han sido los partidos políticos en México y lo que concita la preocupante idea y praxis de la antipolítica, esa nefasta visión que se asoma por todos los ámbitos del país. 

Descreo de ese colectivo porque empezó practicando algo que está en el corazón del desprecio de los ciudadanos: las ambiciones y los proyectos personales que se dejan sentir en la pretensión de sus dos protagonistas, apuntados por ascender primero a la candidatura fundamental en pos de la gubernatura del estado y luego lo que está detrás: diputaciones, alcaldías, regidurías y sindicaturas. Ciertamente que hay una reivindicación del gran olvidado de la democracia mexicana que es el ciudadano, que se le desea centralidad y capacidad de decisión, pero también existe una advertencia: no cualquier proyecto que se vista de ciudadano realmente lo es y ese es el riesgo del colectivo de reciente nacimiento. 

Tanto Marco Adán Quezada como Armando Cabada aspiran a suceder en el cargo a Javier Corral y hacia el futuro sexenio. No es necesario que medie una declaración al respecto, muchas veces las actitudes dicen más que las palabras. Los dos son aspirantes y quieren jugar en el mismo carril donde un gran ausente también busca su lugar, hablo del alcalde parralense Alfredo Lozoya, que con hechos nos ha dicho cuál es la silla que busca en la fiesta que viene. 

Nunca he estado (mal haría si practico la política) en contra de las ambiciones. Con Gramsci, creo más en los hombres y mujeres que dicen lo que quieren y no en aquellos que niegan los deseos por los que están dispuestos hasta dar la vida. Esto no es otra cosa que negar la mentira como estratagema en la búsqueda de concretar proyectos personales. Cuando apareció ese colectivo se pretendieron hacer deslindes al respecto, aunque acá afuera todo mundo sabe cuáles son las pretensiones de poder que están en juego. 

Un error que se advirtió en el lenguaje fue sugerir “independencia ciudadana” pero a la vez expresar que se está atento a los mensajes que vengan de los partidos, salvo uno con el que rompieron lanzas: MORENA, del que se ocupó como detractora Beatriz Pagés, la invitada especial. En otras palabras, hubo planteamientos equívocos, señales diferentes que sólo se entienden al abrigo de las ambiciones. 

En realidad nada de eso me preocupa y mucho menos lo tengo por extraño en la práctica de la política. Pienso que es positivo el acuerpamiento colectivo de reciente factura, pero discrepo en que este primer paso carezca de ese sentido ciudadano que se presume. Un proyecto de esta calidad debe empezar, al menos, haciendo la erogación de dos grandes esfuerzos: un deslinde con el pasado que signifique una ruptura real en esencia, para que no sea la sombra que todo lo oscurece, por una parte; por la otra, un diagnóstico de nuestra realidad, para que se comprendan las avenidas que se pretenden abrir y hacia dónde conducen en un estado fronterizo de la complejidad que tiene Chihuahua en estos tiempos. 

Ambos esfuerzos están ausentes. El pasado, no muy lejano, de los protagonistas –qué duda cabe– está en el PRI y en este aparato a partir de 1987 ha habido multiplicidad de deslindes, empezando por el encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, sin cuya ruptura que luego se reflejó en la elección de 1988, no habríamos llegado jamás a donde nos encontramos hoy. Data desde antes, incluso, la caracterización del PRI como partido de estado como para que tres décadas después se presente como moneda de cambio el distanciamiento con el viejo partido hegemónico, hoy en decadencia. Desde luego no creo que Quezada y Cabada y quienes los siguen sean personas de lento aprendizaje, que no supieran esta historia de la que fueron partícipes. 

No está mal cambiar, es lo propio de las transiciones; pero al hacerlo hay que ser muy claros, sobre todo si ahora el abrigo se presenta con la marca de “ciudadano”. No hacerlo, no decir los porqués, evidencia que lo que se busca es un andamiaje, otra vez, para estar en el poder, y de eso ya la sociedad está fatigada. Basta una pregunta, en este caso a Cabada: ¿su arribo como independiente a la alcaldía no fue una peonada al duartismo, como darle abrigo, también, al equipo de González Nicolás en su administración? No se advierte en la alcaldía del juarense un cambio real; quizá como las víboras: ha cambiado de piel sin dejar de serlo. 

Esto y no otra cosa es lo que se tiene que explicar a fondo si realmente quieren obtener credibilidad y consenso. De lo contrario, los seguirá el infortunio de aquellos que se dieron cuenta de que la casa se está quemando cuando ya ni el humo existe. Y las sombras nadie se las puede quitar, ni acudiendo al más experto cirujano mediático.

Tengo por cierto que Chihuahua requiere de cimbrarse al impulso de los ciudadanos, pero con una claridad meridiana. La moraleja se cuenta sola si vemos cómo llegó al poder Corral para luego hacer gobierno con un divorcio similar a la Muralla China que contuvo a la ciudadanía. De eso ya estamos hartos. 

Y es que la historia personal también tiene sombra.