No son pocas las lecciones que ya deja el plebiscito de Chihuahua sobre el “proyecto” de las luminarias realizado el pasado domingo 24 de noviembre. Desde luego que no pretendo abarcarlas todas, y sí las que a mi juicio son de mayor importancia. Empiezo por los números: cuantitativamente son cifras menores, dado el referente obligado de la cantidad de ciudadanos con derechos a votar que radican en la ciudad capital del estado. 

En efecto, votó poco menos del 10 por ciento del electorado, y el resultado definitivo de la afluencia ciudadana alcanzó 62 mil 032 votos en total, de los cuales 26 mil 501 fueron por el SÍ (42.72%), mientras que 35 mil 229 lo hicieron por el NO (56.79%). Al no alcanzarse el mencionado 10 por ciento que previene la ley, jurídica y formalmente no resultó vinculante como para que se acatara, obligadamente, el NO, lo que le permitía a la administración que encabeza la señorita María Eugenia Campos Galván, seguir adelante con su proyecto, ya sin la traba que le representaba el proceso mismo de consulta. Pero era tan débil su “proyecto” que no se aventuró a una derrota subsecuente.

Sin embargo, en el ámbito político el resultado fue demoledor: aun antes de conocerse los resultados oficiales por parte de la autoridad electoral, la alcaldesa se batió en real retirada, y la fotografía de quienes la acompañaron era más que ilustrativa de cómo se viven las derrotas cuando más duelen. 

Luego vino el efecto dominó: en el municipio de Ciudad Juárez, su alcalde “independiente”, Armando Cabada, también reculó, aduciendo que tenía un “plan B”. Lo cierto es que ante la inminente derrota prefirió desertar, exhibiendo, al igual que la Campos Galván, que privilegia su proyecto personal de poder antes que los intereses de la comunidad. Las fisuras que deja el sacudimiento del plebiscito exhiben los ánimos desbordados que se proyectan hacia el 2021, más que el afán de servir con honradez a la población y a sus ciudadanos. 

Es nulo el debate de si el plebiscito fue vinculante o no; aquí la realidad se impone, como puede verse sin mucha dificultad. Pero los alcaldes mencionados no fueron los únicos protagonistas, en su caso naturales, sino que vinieron otros de segundo nivel que no desaprovecharon la oportunidad de hacerse presentes en la escena pública. No eran convidados, como es de suponerse, pero llegaron al tablado a pasar lista de presentes. Por un lado el alcalde parralense, Alfredo Lozoya, relinchó, y de manera candorosa publicitó un video donde conecta un foco led en su cocina para ilustrarnos de la baratura de un “proyecto” de iluminación que la alcaldese Galván quería vendernos a precio muy alzado. En realidad, Lozoya lo que quiso decir es “aquí estoy, no me olviden”. De manera igual jugó el senador morenista Cruz Pérez Cuéllar, quien prácticamente se arrogó la vertebración del resultado, dando muestras de que es audaz para el robo de elecciones, insultando de paso la inteligencia y el mérito de los jóvenes que se lanzaron a la palestra a impulsar el plebiscito con todos los riesgos inherentes.

Mención aparte merece Javier Corral, que para demeritar al plebiscito hizo al menos dos acciones que debieran avergonzarlo y que lo dejan como un partidario de lengua por los procesos de participación ciudadana. La primera: regatearle recursos, obligados, al Instituto Estatal Electoral para que mejorara su actuación. Sostengo que este lo hizo bien, a pesar del menosprecio sufrido. La otra fue el anuncio de que no concurriría a votar, lo que es su deber constitucional, como una forma de lanzar un mensaje de denostación al plebiscito, encenciendo viejo “fuego amigo”.

Fue brillante en este aspecto la actuación política y organizada de los promoventes de este ejercicio ciudadano. No fueron ningunos ingenuos, y conocían el escenario donde se moverían las contradicciones; para ellos fue vital alcanzar el triunfo con el NO, más allá de las motivaciones particulares y ajenas que movieron a otros a tomar sus propias decisiones. Se comprobó aquí una vieja máxima: en política, hágase lo que se haga siempre se le hace el juego a alguien; pero lo importante es que se haga bien el propio juego. Y los noveles impulsores del NO aquilataron esto, midieron bien el terreno y, con mucho tiempo de anticipación, profetizaron su triunfo y lo lograron (aplausos silenciosos). 

La derrota del gobierno municipal de Chihuahua fue enorme. Un puñado de ciudadanos derrotó a todo un aparato aceitado, con recursos sobrados, con un partido político movilizado, así sea parcialmente. La lección es clara: María Eugenia Campos, que presuntuosamente se ufanaba de tener la hegemonía en todo el municipio de Chihuahua, logró la adhesión de 25 mil ciudadanos, de un conjunto de 700 mil; o sea, prácticamente nada. Lo que demuestra que estamos frente a una ciudadanía crítica, que abona ya en su favor una percepción de su poderío y que bajo otras circunstancias podría dar un viraje más que estimulante para la democracia en 2021, rechazando a la ultraderecha oligárquica, de la cual es escudera la alcaldesa derrotada.

A tal grado llegó esto que Cabada optó por no medirse, y que no se conocieran sus vergüenzas allá en la frontera. Y ellos y sus grupos de interés están sufriendo las consecuencias de traslapar decisiones que podían manejarse por separado. Escogieron el terreno de combate, soterraron sus metas estratégicas para, al final, salir derrotados.

Ahora ejecutan el control de daños y es peculiar la forma en que lo están haciendo, a mi juicio con magros resultados hacia el futuro. La alcaldesa Campos Galván casi casi nos dice que aceptó el plebiscito para demostrar que es demócrata de nacimiento, y hace circular la historia (ella sí practica el chayote) de su apego a este tipo de ejercicios de participación ciudadana como una gran vocación puesta al servicio de la sociedad. Fue una especie de retirada hacia adelante, como cuando la marea te cubre, y se dijo respetuosa del pueblo al que antes no escuchó, al que antes no quiso y al que intentó manipular. Así pretendió inútilmente cubrir la derrota. 

Por su parte Armando Cabada quiso hacer una especie de asepsia política: no hacer una consulta que pudiera ser aprovechada para otros fines políticos, menos si presumiblemente no le favorecieran. Y entonces, y a pesar de dos derrotas al hilo en este proyecto, se levantó a decir que siempre había tenido un “plan B” y que era el que iba a tomar. Para él, perder el plebiscito era exhibir el gran disenso que tiene en su comunidad, lo que se constituiría en una derrota electoral anticipada hacia 2021. No se quedó ahí, hizo una ominosa declaración con la que expresa un talante fascistoide contra los derechos democráticos de los ciudadanos: “el que quiera el plebiscito, que lo pague”. Así de claro lo dijo, mostrando a un tiempo ignorancia del derecho, la Constitución y un profundo desprecio por el cuerpo ciudadano. No creo que ignore este señor el carácter público del tema sobre el que espetó su despreciable banalidad.

Con rumbo al 2021, se han exhibido las figuras que buscan la silla gubernamental del estado. Una síntesis de miserias, ambiciones desmedidas y proyectos de poder que marchan de espaldas a lo que Chihuahua quiere. 

Pero hay un colofón más importante: los gobernantes en el futuro ya no decidirán en sus cenáculos, en el sigilo y en la opacidad los grandes proyectos. Los ciudadanos se han empoderado.