Los sucesos en la frontera de Chihuahua con Sonora con un saldo enorme de pérdida de vidas humanas de la familia Lebarón y el saldo que deja el lunes 4 de noviembre entre muertos, heridos y balaceras en la capital del estado, hablan muy claramente de un fracaso en materia de seguridad. Este fracaso toca tanto a las autoridades locales como a las federales. 

Es otro momento trágico inocultable y de trascendencia nacional e internacional. Tanto el presidente como su secretario Durazo y los gobernadores de los estados mencionados no han dado el ancho, ni están a la altura de las circunstancias; la población lo sufre y lo paga con vidas humanas y sentimientos que alcanzan el terror y el pánico. 

De nueva cuenta, el pasado es el responsable de lo que sucede en el presente, un discurso que no se sostiene porque evade el cumplimiento de las obligaciones constitucionales y las recientes reformas demuestran su ineficacia porque no hay una frontera delimitada entre lo que es la Guardia Nacional, el Ejército y los cuerpos con mando local. Es un mazacote que propende a la confusión y a lanzarse, como en el ping-pong, la bolita de un lado para otro de la mesa. 

Vaya desde esta modesta columna nuestro pésame a la familia y a la comunidad Lebarón, hoy como ayer. Estamos con ustedes para lo que sea.