La derecha política, y en particular el PAN, construye una narrativa para navegar los adversos años que le esperan. Se trata de una tarea estratégica que va más allá de las circunstancias electorales que habrá en 2021 y 2024. Van por el país. El octogenario partido quiere regresar a los tiempos de la mística, que ya no es de eternidad porque ha naufragado en el ejercicio del poder conquistado a través de las urnas, que tal fue el propósito del arquitecto político Manuel Gómez Morin. A contrapelo de esa mirada hacia el pasado, la síntesis de la frase de campaña del más reciente candidato presidencial, Ricardo Anaya, sintetiza su estado de ánimo actual: “De frente al futuro”. 

Nada original hay en este propósito. Al contrario, los viejos cartabones del uso faccioso de la historia –común a todos nuestros políticos a sueldo– se ponen en escena, especialmente para buscar próceres, construir héroes inspiradores, hombres o mujeres a los que se pone muy por encima del colectivo como faros para orientar a las nuevas generaciones. Si hacemos un recuento de la historia del PAN vamos a encontrar muchos héroes olvidados, y pocos a los que se les quema incienso. 

Con el arribo del PAN al poder en Chihuahua a partir de 1983, calles y plazas públicas empezaron a poblarse con nombres impensados en la larga noche del autoritarismo priísta. Que merecían estar ahí en esa nomenclatura, no lo pongo en duda; aportaron esfuerzos, talentos y aun vidas por un ideal democrático que monopolizó Acción Nacional precisamente porque la izquierda que tantas batallas ejemplares dio, llegó tarde a la asunción del compromiso histórico por la democracia. Es una historia sobre la que ya se ha escrito mucho y bien. No puedo menos que recordar, entre otros muchos, la obra de Soledad Loaeza, que nos habla de la “larga marcha” que arrancó en 1939 y que ella cierra, por así imponerlo su investigación, en 1994, cuando Diego Fernández de Cevallos se escondió varias semanas para hacerle gran esquina a Zedillo, que se levantó con un triunfo electoral que no merecía. De ahí que hay quienes afirman que el salinista o fue el último presidente priísta de esa época, o el primero del PAN. La revista Proceso lo bautizó como “el sepulturero”. 

Dentro de la campaña electoral de María Eugenia Campos Galván, se desprende el uso de la figura de Luis H. Álvarez, al que le brindarán el Parque Lerdo de la ciudad de Chihuahua como su mausoleo mediante la develación de su busto, que pasará a ser un recuerdo permanente de su figura. Que merece el bronce, el mármol o la cantera, tampoco tengo duda; pero, a la luz de la historia, ya es tiempo de que se vayan sedimentando los hechos y dimensionando las personalidades para una más correcta comprensión de nuestra historia y, en especial, deplorar el desprecio de quienes sentaron las bases para esa navegación de la que hablo al inicio. 

Luis H. Álvarez tuvo el mérito, inusual en los políticos mexicanos, a decir de don Daniel Cosío Villegas, de legarnos una autobiografía, titulada “Medio siglo, andanzas de un político a favor de la democracia”, de tal manera que para los efectos del currículum justificatorio de la develación del busto no hay carencia alguna. Incluso recuerdo que tuve la oportunidad de presentar ese libro bajo la visión de que quien es incapaz de mirar al que no está en todo de acuerdo con él, pierde más de la mitad de la vida, como bien decía don Alfonso Reyes.

En ese sentido, lo que sigue no tiene visos de facciosidad. Conocí a Álvarez desde una época muy temprana de mi vida, durante su campaña por el poder Ejecutivo de Chihuahua en 1956, que lo catapultó a la presidencial dos años más tarde. Él ganó a Teófilo Borunda la gubernatura, lo cual tuve oportunidad de investigar y publicarlo, y enseguida vió y sufrió todas las artimañas de que se valió el PRI para ponerle piedras en el camino a su jornada frente a Adolfo López Mateos. Después de 1958 Álvarez apareció de tarde en tarde en tareas de significación política. Se dedicó a la industria textilera, a sus empresas y tuvo oportunidad de negociar en múltiples ocasiones con los sindicatos del algodón, de tal manera que tuvo otras ventanas para asomarse a la realidad nacional. Fueron veinticinco años de repliegue y, para él, de bajo perfil. 

Siendo un precursor del “neopanismo”, que coincide con la llegada –para quedarse– de los empresarios de ultraderecha a la colonización del PAN, no resulta extraño que Álvarez, a partir de 1983 y acicateado por la nacionalización de la banca lopezportillista, se colocara como un líder central que transitó hacia el 2000 con Fox, pasando por el liderazgo compartido con el inefable Diego Fernández de Cevallos. A decir de Soledad Loaeza, el Partido Acción Nacional “se convirtió en interlocutor del poder por perseverancia más que por audacia, porque estaba ahí, más que por haberse puesto ahí”. 

Empero, recapitular todo esto no es el propósito central de este texto. Lo que quiero es referirme a esa perseverancia y a sus héroes y mártires olvidados, los que no estarán en el Parque Lerdo, ahora que María Eugenia Campos construye su narrativa para su proyecto de poder, sin lugar a dudas al servicio de una derecha oligárquica con gran raigambre en el estado de Chihuahua. 

Encabeza los preteridos, sin duda, Carlos Chavira Becerra, otro camarguense como Álvarez, que narró su vida con su propia pluma en la obra “Atrás quedó la huella”. Él llegó por primera vez a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión en la década de los años 60 del siglo pasado, demostrando la desfachatez del PRI y del candidato Ambrosio Gutiérrez, que convocó a los muertos a votar porque eran más dóciles que los vivos. Ese Carlos Chavira, brillante y esforzado, le cedió generosamente la candidatura a gobernador a un dubitativo asistente, Luis H. Álvarez, durante una convención panista. Fue un momento determinante, un chispazo que cambiaría las vidas de ambos personajes y definiría el rumbo y el lugar que ocuparían después en la historia política del PAN. Jamás imaginó que en el panismo del futuro se privilegiara a los exitosos y no a los héroes civiles de los años duros en los que se remó a contracorriente. El reparto del bronce también es inequitativo. Y es que, “la historia, al pasar su lámpara vacilante por los caminos del pasado, sólo lanza una débil luz sobre las pasiones de esos días”, como dice François Kersaudy.

Pero si ese olvido afecta injustamente a Carlos Chavira, qué podía esperar el mártir José de Jesús Márquez Monreal, prácticamente el olvidado de los olvidados. Vaya esta breve narración, con una síntesis inicial de mi parte, en donde el propio Luis H. Álvarez lo rescata en su libro: 

Ya había ocurrido el “incidente de Tlalnepantla”, en el que durante un mitin de la campaña de Álvarez a la Presidencia se cortó el alumbrado público y se escucharon detonaciones sin registrarse heridos. La reacción en Chihuahua fue violenta e inmediata:

“Hubo panistas que rompieron cristales e hicieron pintas en el palacio de Gobierno”. (…). Pero, “a mediados de junio de 1958 estuvo a punto de desbordar la violencia a unos cuantos días de las elecciones. (…) Se anunció nuestra visita a Chihuahua para el día 15. (…) Llegó el día. Un grupo de hombres y mujeres voluntarios, se dieron a la tarea de adornar las calles a lo largo de la avenida Independencia. (…) Se entregaban a esa tarea cuando apareció por la calle una camioneta pick-up, desde la cual hombres de mal talante lanzaron insultos a las damas y jóvenes. Después desenfundaron pistolas y dispararon al aire, sin herir a nadie. Guillermo Villalobos, quien tomaba parte en las tareas de ornato, siguió al vehículo negro, modelo 1946 y anotó sus placas. Sus tripulantes, envalentonados, volvieron hacia el grupo de panistas cuando éstos colocaban adornos frente a la casa número 1067 de la avenida Independencia. En la caja del vehículo viajaba un grupo de hombres armados. Uno de ellos, al parecer militar, tirador experimentado, apuntó su rifle desde el vehículo en movimiento hacia un joven que se encontraba arriba de una escalera, fijando la propaganda: José de Jesús Márquez Monreal. Sólo hubo un disparo y un herido de muerte, todo parece indicar que previamente seleccionado. La bala criminal se incrustó con precisión en la cabeza de su objetivo. La camioneta aceleró rápidamente por la Independencia hacia el sur y se perdió de vista. En la sorpresa y en la confusión, pocos detalles pudieron precisarse. Como a las ocho de la mañana de ese día, se supo que Márquez Monreal, había fallecido en el Hospital Civil”.

Ahora el busto de Álvarez estará en el histórico parque de Chihuahua. Pero los motivos personales de la alcaldesa, en parte se reconocen en esa su historia personal, cuando ella llegó. Pero le interesa de ese pasado su propio futuro, rescatando el espíritu del neopanismo, al Álvarez de las concertacesiones y de las frecuentes visitas a Los Pinos de Salinas en compañía del “jefe” Diego. Así conviene a un proyecto que hace de la corona y la bolsa un solo manojo, porque le prodigan una utilitarista visión de la democracia, que es buena y sin adjetivos cuando se pone al servicio de los oligarcas. Tal como sucede.