La última vez que se supo de la existencia de una Auditoría Superior del Estado fue el mes pasado, y eso, telefónicamente, cuando su titular, Héctor Acosta, se vio obligado a responder por las advertencias de los diputados de oposición al considerar que con la reciente aprobación de la Ley de Fiscalización se eliminaban las facultades del Legislativo para revisar las cuentas públicas a nivel estatal.

“No habrá persecución política”, objetó el corralista auditor. Y ya no se ha sabido más. Como tampoco se ha sabido antes. 

Si bien es cierto, a menudo en política la sobreexposición suele ser dañina, como también lo es el “autoexilio” de la escena pública. Lo habitual es una presencia regular, que de todas formas es una obligación de cualquier servidor público. Porque los hay aquellos que sólo acuden a las oficinas para calentar la silla, tomar el café y ver el Face  desde un cómodo escritorio.

Aunque, hoy por hoy, de lo que más se tiene noticia es de las cuitas del exauditor, Jesús Manuel Esparza, quien desde la cárcel seguramente contrasta esa vida con la que ahora goza uno de sus sucesores, Héctor Acosta, traído exprofeso –como antes a él– por el gobernador en turno para que le lleve las cuentas. 

O sea, en la Auditoría Superior del Estado nada cambia, excepto el ruido que antes se hacía.