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A tientas

En alguna obra, no recuerdo cuál ahora, dice Marx que la diferencia entre el hombre y el topo es que el hombre, antes de cavar, traza los planos. Como sabemos, los topos  cavan senderos subterráneos y cuando topan con un obstáculo cambian de rumbo y así, a tientas, construyen un entramado de túneles para dirigirse a distintos lugares. Sin visión y perspectiva constante, pues, perforan sus rutas hacia objetivos que  tardan mucho en alcanzar y a veces se enredan en sus propios laberintos, aunque al final salen a la superficie para nuevamente emprender su camino de tanteos (à tâtonnement, diría un francés). El ser humano, en cambio, antes de construir una morada, traza los planos de aquello que desea edificar. Diseña y construye, así, en ese orden, para obtener resultados y lograr metas. Pues bien, ¿a qué viene esta remembranza?

El gobierno federal actual y los pasos que va dando hacia la pretenciosa calificación de cuarta transformación, nos recuerda aquella referencia del viejo Marx. Anotemos unos cuantos elementos definitorios. Por ejemplo, el discurso del presidente López Obrador impulsa una “cruzada contra el neoliberalismo” y ese despectivo lenguaje encubre sus políticas neoliberales (austeridad republicana, ausencia de reforma fiscal, T-MEC, despidos de burocracia…), y acompaña a todo ello con decisiones caprichosas de proyectos sin estudios serios y sustentables (aeropuerto de Santa Lucía, refinería Dos Bocas y Tren Maya, por mencionar los emblemáticos); o sea, como el topo, se interna en circuitos de inversión que carecen de estudios y evaluación de resultados a lograr: todo lo resuelve diciendo que él tiene “otros datos”. Mientras, “el viejo topo” cava y cava sus rutas de tanteos con groserías e insultos hacia oponentes.

Algo semejante acontece con la estrategia de seguridad pública. Explotó la fusión entre Policía Federal y Ejército en la Guardia Nacional (GN), pues nadie previó las dificultades y a eso añadieron desprecios, insultos y disminución de salarios. La explosión exhibió un conflicto laboral, mientras parte de la Guardia se destina a perseguir migrantes para detener el flujo hacia Estados Unidos por presiones abiertas del presidente Trump. Así, lo que se fundó para combatir la inseguridad y la delincuencia organizada por ahora (y nadie  sabe hasta cuándo), se dedica a  otras tareas. La diaria y exuberante retórica del presidente AMLO parte siempre de un juicio simplista formado con anticipación: lo que nos heredaron no sirve, todo es corrupción, hay que refundar las instituciones. Y mientras el “viejo topo” cava y tropieza aquí, mañana tropieza allá y define rutas que no estaban en los pendientes por atender. 

En la economía las cosas no andan mejor. La falta de confianza en el plan de gobierno para los inversionistas es el hueco mayor. Ya abandonó el barco de los tropiezos el secretario de Hacienda (el 9 de julio pasado), dejando dos importantes denuncias de la forma de gobernar del presidente: la adopción de políticas públicas sin sustento (salvo el capricho y la ocurrencia), y la existencia de conflictos de intereses en el nombramiento de funcionarios sin conocimiento de la hacienda pública. El responsable del timón niega y dice que todo marcha bien, requetebién. Pero no se advierten claras estrategias para la economía, tampoco alternativas consistentes para fortalecer a la empresa insignia (PEMEX) no obstante la presentación de un Plan de Negocios de PEMEX (16 de Julio) que no convence y juega a la utopía. A donde quiera que fijemos la vista veremos al “viejo topo” horadando sus veredas hasta que una piedra desvíe su ciego trayecto porque rectificar el camino no es lo suyo. Parece regirse por aquella frase de un general español del siglo XIX quien decía: “El hombre para ser hombre tiene que ser de capricho”. Y como vivimos en un país donde se pondera en alto la hombría, lo macho pues, las simpatías mantienen su indulgencia. 

En todo este errático y variado transitar del “viejo topo” por sus recovecos, emerge sin embargo una única visión, una meta que sólo él (AMLO por supuesto) acierta a identificarla, pues los demás apenas la vislumbran. Para él no hay duda: todos los caminos, por accidentados que sean conducen al supremo objetivo de las democracias del siglo XXI: concentración personal del poder  apoyada en  un amplio electorado y pastoreada por una partido dominante. Es la resurrección actualizada y la persistencia del viejo régimen fundado por don Lázaro Cárdenas (la 3.5 T), régimen que tuvo un desvío democrático al crear instituciones de contrapeso a fines del siglo XX e inicios del XXI, pero, ¡ay!, para su desgracia, cobijado en un neoliberalismo tiznado en grande de corrupción e impunidad. 

Ahora hay prisa, hay que recuperar el tiempo perdido y esto explica los desatinos que con frecuencia acompañan a las decisiones. Pero todo tendrá su recompensa pues el Gran Hermano AMLO es arropado por las muchas iglesias, las evangélicas ante todo, que iluminan el mundo y a veces lo  incendian con singular esfuerzo. Pero hoy, en el 2019, empujan un salto para atrás (que también es cambio) para transformar, regresar más bien al nacional populismo de aquellos años añorados por los  Morena y su líder.

Da la impresión de que esta nostalgia es el único discurso consistente asociado al desprecio del neoliberalismo y lo demás anda de tumbo en tumbo (como el topo), pues se genera mucho ruido mediático (las gárrulas mañaneras, la itinerancia, la hiperactividad popular, las descalificaciones y los otros datos) para excitar los ánimos colectivos (en favor y en contra) y estimular así una polarización social que se manipula para su cómoda y ególatra permanencia en el poder. La pretenciosa Cuatroté, pues, hasta hoy se reduce simplemente a escenarios populares del arte de gobernar: viajar en avión comercial, dejar que lo toque el pueblo, consultas públicas, etcétera. Y a veces ocurre lo contrario, cuando se expone, como ocurrió en un hotel de Ciudad Valles, San Luis Potosí, donde manifestantes lo increparon porque no cuenta con un dispositivo de seguridad, sin tomar en cuenta que esa inseguridad afecta, en una eventual agresión, quiérase o no, a todas las instituciones de la república.

El “viejo topo” transitó en poco tiempo de la descalificación abierta de las Fuerzas Armadas a la tentativa de someterlas a un tutelaje extra-institucional al asignarle tareas económicas y de administración de bienes nacionales (aeropuerto Santa Lucía, entre otros). La fortaleza de los ejércitos en todo el mundo reside en su linaje patriótico, la adhesión ilimitada a los valores nacionales y sentido de patria, disciplina, devoción, orgullo. Hoy, el presidente AMLO se esfuerza por involucrar a esas fuerzas armadas en el manejo de empresas y de presupuestos enormes en el ámbito inmobiliario porque intenta contagiar al cuerpo armado con  intereses materiales y  económicos para así negociar sus participaciones. ¿Qué se pretende? Una muy singular y perversa subversión de valores, pues socavar es la destreza del topo. 

Da la impresión de que  esas acciones obedecen a una intención más amplia aún no explícita y no se hará por lo prematuro de los tiempos. Por ahora las más ilimitadas ambiciones se apaciguan con la persistente “guerrilla anti-institucional” que el poder Ejecutivo despliega para descalifica los posibles contrapesos de su desmedida apetencia de poder centralizado en su figura presidencial. ¿Exageramos? El porvenir irá ilustrando.