Tengo amigos cercanos que lo fueron a Luis Donaldo Colosio Murrieta y me dicen  rasgos que hablan de su grandeza personal. Para mi, testigo lejano de su quehacer político, fue un personaje ligado estrechamente a Carlos Salinas de Gortari y pienso que eso lo troqueló, al igual que su muerte, que desde luego con un grupo de compañeros condenamos de manera casi instantánea el homicidio que hasta la fecha no se ha esclarecido a satisfacción de los rigores de lo que podríamos llamar “la verdad forense y penal”. Como en otros crímenes, en este reina la opacidad que propicia todo tipo de conjeturas, conjeturas que han servido, incluso, para los negocios fílmicos; su crimen sigue llamando poderosamente la atención. 

Pero es difícil, por no decir imposible, construir un héroe a partir exclusivamente de su muerte y de un discurso memorable. De tal manera que crear un mito con esos ingredientes es algo que el tiempo erosiona y convierte en polvo, más si como suponen sus criminales, siguieron haciendo de las suyas de manera impune y contumaz.