“El estilo es el hombre”, dijo el conde de Buffon. Pero no crea que el estilo viene desligado de contenidos y esencias, al contrario, sirve a estas para obtener mejores definiciones, particularmente cuando se examina el quehacer público de un político y más de un gobernante. Me ocupa ahora, a través de esta lente, analizar diversas facetas que tienen que ver con el desempeño de Javier Corral Jurado, el avispado gobernador que dice hacer de las mañanas el momento preferido de sus actividades, sea cuales fueren. 

Como una especie de premisa mayor, quiero subrayar el bono democrático con el que accedió al gobierno, con toda la relatividad que los números y las estadísticas tienen. Recordemos que en 2010 César Duarte ganó con el número absoluto de 520 mil votos, prácticamente los mismos que obtuvo Corral en una movida elección en la que sin duda le hizo mella –habría obtenido más– José Luis Barraza, que con el patrocinio de la oligarquía alcanzó 237 mil, que mucho le preocupaban preventivamente a Gustavo Madero, por razones obvias: por ser miembro de ese grupo privilegiado. 

Quiero decir que hubo una legitimidad consistente para el arranque de un gobierno fuerte que empezó a erosionarse, entre otras razones, por las guerras personales que emprendió el actual gobernador. Al inicio de su administración se asumió como el primer periodista que ocupaba el cargo, olvidándose de don Silvestre Terrazas, distinguido director de El Correo de Chihuahua y cronista del robo al Banco Minero durante el porfiriato. Con esta guerra Corral quiso marcar una línea sobre la pauta publicitaria oficial para contrastar con el derroche duartista. Pero hizo mal la tarea política y terminó enfrentado con la mayoría de los medios sin mantener una coherencia respecto a los propósitos, pues al final hubo sesgo y tratamiento discriminatorio: riñas con unos, pactos con otros. Pactos desde luego debidamente lubricados con dinero público. Pero también informa en el centro del país con menosprecio de los comunicadores locales, que fueron dejados al terso cuidado de Antonio Pinedo, hoy en aparente ostracismo.

En este marco es de resaltar una migración, de los medios amigos se pasó al flanco de los que por talante personal era enemigo el gobernante. Al final se involucró en una guerra perdida de antemano, irremediable hasta con la pretensión de “puntualizar” sus supuestos logros, en una especie de colonización de los espacios radiofónicos en los que, dicho sea de paso, se distinguen dos cosas: el gobierno de uno solo y el estilo de hablar rapidito, para recordar que nos gobierna un orador.

Pero hay otras guerras. Llegó con una aureola ciudadana, generando grandes expectativas de participación social en las tareas de gobierno y de inclusión de la sociedad civil. Aquí la guerra ha sido, de alguna manera, de marcar distancia con el propio partido que venía en caída libre. Pero pronto se vio que no era el propósito porque banalizó, casi de manera instantánea, sus actividades ordinarias: dijo que viajaría en vuelos comerciales para disponer de inmediato de la flotilla; las mañanas se convirtieron en el mejor momento para el Club Campestre y el golf; los fines de semana para acudir a las vendimias en la Hacienda de Encinillas; organizar carreras pedestres con etiquetas de cotidianidad pero sin definiciones tangibles simétricas con la idea que está detrás del concepto “liberación”. Su deslinde más que temprano de Unión Ciudadana, que antes negó tramposamente, creando una Alianza Ciudadana, que no fue otra cosa que un gremio de amigos, políticos desbancados y organizaciones de la sociedad civil que terminaron en la nómina, bajo la égida de Lucha Castro y Víctor Quintana. 

En todo esto es obvio que el estilo personal primó, generando una guerrita que también se perdió, pues no podemos estimar que por sociedad civil se entienda la filantropía que se expende en FECHAC, y mucho menos ese adefesio inútil que tanto sirvió para la apología del duartismo que se conoce bajo las siglas de FICOSEC, todo un monumento a la gravosa inutilidad al que Corral le quemó incienso en su segundo informe, en el que se pronunció por el más rapaz liberalismo de “dejar hacer, dejar pasar”, de donde no resulta extraño que alabe a organizaciones que se dedican a hacer caravana con sombrero ajeno. La guerra por la participación ciudadana se perdió, precisamente, por este estilo y contenido de gobierno. De ello da cuenta, además, el intervencionismo depredador contra la división de poderes y órganos constitucionales autónomos.

Sin embargo, estas guerras no se cuantifican en sangre y en bajas, pero las que tienen que ver con la seguridad pública, sí. En este tema, Corral ha sido prolífico y de eso hablan los antecedentes: al cierre de su primera campaña a la gubernatura, en alianza con el PRD-MC en 2004, Corral acusó que su contrincante José Reyes Baeza estaba vinculado al narcotráfico. Luego, en 2010, al final de ese sexenio, reiteró su dicho en tribuna como diputado y acusó a Reyes Baeza de “haber reducido su papel como gobernador a un simple espectador de las acciones del crimen organizado” y pidió a los legisladores establecer “candados para que en los procesos electorales que se avecinan se cierre el paso al dinero del narcotráfico”.

En una página web registrada el 24 de agosto de 2006 por el capítulo Chihuahua de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información con el dominio javiercorral.org se reproduce un artículo de Reporte Índigo, fechado el 29 de julio de 2012 y firmado por la periodista Icela Lagunas, con el encabezado: “Reyes Baeza, otro gobernador en la mira”, donde se afirma que la PGR, entonces a cargo de Marisela Morales, había guardado desde 2010 la investigación que se tenía del gobernador “por brindar protección al Cártel de Juárez” y recibir apoyos para su campaña, incluso desde que era alcalde de Chihuahua, según versiones de un testigo protegido.

Versiones periodísticas han recordado que como gobernador electo, Javier Corral denunció que durante su campaña había recibido amenazas de Carlos Arturo Quintana, “El 80”, así como de Jesús Luján Weckman, alias “el Gato”, quien era el verdadero jefe del grupo de “La Línea”, ambos con supuesta protección por parte de la Policía Estatal durante la gestión de César Duarte. Luján fue asesinado en julio de 2017 en una zona residencial de Guadalajara, desde donde controlaba algunas operaciones del cártel de Juárez en Chihuahua y daba instrucciones a Quintana. En marzo de 2016, en un reportaje de la periodista Miroslava Breach, se puso al descubierto que la suegra de Quintana, Silvia Mariscal Estrada, sería postulada como candidata del PRI a la Presidencia Municipal de Bachíniva. Tras el reportaje, el entonces candidato del PAN a la gubernatura, Javier Corral, denunció que el PRI tenía varios narcocandidatos en el estado ligados a “El 80”, sobre todo en la región noroeste.

En agosto de ese año, Corral ya como gobernador electo visitó Bachíniva y en un acto público dijo que a partir de su toma de posesión, daría 72 horas a “El 80” para irse o sería capturado. Según la prensa local, en enero de 2017 “El 80” entró en pugna con uno de sus subordinados, César Gamboa Sosa, “El Cabo”, por el control territorial del noroeste y la venta al menudeo de drogas en bares, y el 23 de marzo de 2017 fue asesinada Miroslava Breach. Una cartulina con un mensaje atribuía a “El 80” el crimen, por el reportaje de Bachíniva, “pero esa línea se descartó al considerarse un distractor del móvil real del crimen”, según las fuentes oficiales citadas por el medio. Ni el gremio periodístico ni parientes ni familiares han estado satisfechos con la investigación y las capturas que son del dominio público.

Después, el 22 de febrero de 2018, la Fiscalía General del Estado y la Policía Federal detuvieron a Elier Daniel Gutiérrez Quintana, subdirector de la Policía Municipal de Namiquipa y primo de Quintana. El 17 de mayo de 2018 “El 80” fue capturado por agentes federales y militares y puesto a disposición de la PGR. 

Mientras esto ocurría, el estado se iba tiñendo de sangre en medio de una guerra imparable, donde ha habido víctimas de todos los bandos, policías y delincuentes, pero también inocentes en el fuego cruzado.

Desde finales de 2018 Corral entró en pugna con el alcalde de Cuauhtémoc, un advenedizo de MORENA, Carlos Tena, por la supuesta imposición del estado en el tema del mando único policiaco en la entidad. Tena acusó al gobierno del estado de injerencia y culpó a agentes estatales de estar detrás de la tortura y crimen del agente municipal Jesús Andrade Chagoya y luego del secuestro de un jefe municipal, Efrén Peñaflores, supuestamente investigado por nexos con el crimen organizado en la región de Cuauhtémoc. Dicho jefe policiaco fue asesinado en Chihuahua semanas después. Luego, la prensa informó que Corral había capturado a falsos implicados. Finalmente el gobernador y el alcalde sellaron una supuesta tregua cuando este llevó su segundo informe a Cuauhtémoc. En razón de ello se explican sus últimas declaraciones: “No permitiré que se politice la Seguridad Pública”. Y, “en un tono conciliador”, el fanfarrón Tena, presumiendo un mandil, hizo lo propio al declarar que confiaba en las investigaciones de la Fiscalía de Corral para dar con los autores materiales del homicidio de Peñaflores y su escolta.

Si el estilo es el hombre, y este contiene lo esencial, a su modo lo que tenemos en Chihuahua es la guerra de un Galio azul, que empezó con bríos y terminó con desvaríos. Muchas palabras, muchas ofertas, grandes expectativas y magros resultados, si los hay. Y todos perdemos.