Decía, a principios del siglo XIX, el barón Rothschild que “el mejor momento para comprar es cuando la sangre corre por las calles”. Tomando esa idea y teniendo a la vista la expulsión de César Duarte del PRI, sostengo que el mejor momento de los corruptos para robar es cuando la indolencia política corre por las venas de los ciudadanos. 

Si Duarte hubiera sido expulsado siendo presidente su compadre Peña Nieto, habría tenido un significado importante el hecho. Hoy carece de esa dimensión y más pareciera como una limpieza de la casa cuando ya la casa se ha incendiado. Llegó tarde, es inútil, y sólo volverá a ser noticia relevante cuando se le detenga y se le procese por un tribunal. 

Ahora es un simple recuerdo de una inveterada impunidad, de una historia en la que los dolientes somos todos y el victimario un miembro de la clase política priísta que robó con desenfreno pensando que jamás le pasaría nada. Hoy, quienes lo combatimos desde las tribunas de la ciudadanía, nos movemos libremente por las calles de Chihuahua; él, en cambio, ya sufre la prisión de sus propios crímenes y es fugitivo de la justicia. Es tan pobre que sólo dinero tiene. 

Empero, la expulsión deja varias moralejas, aunque no pretendo agotarlas. En primer lugar, el recuerdo de aquella frase medieval encontrada en un castillo: César Duarte al entrar a él ya estaba allí, al salir ahí se quedó. El PRI es sinónimo de corrupción. Ni todo el detergente que se pretende con la expulsión lo limpia ya. 

Pero también a esto debemos sumar precisamente esa indolencia, esos intereses creados que lo hicieron fuerte durante seis años: los curas de Miranda Weckman que lo consagraron, los partidos que lo solaparon, la prensa que se vendió por treinta monedas, las instituciones que no funcionaron, los empresarios que prefirieron sus contratos. Pero la miseria no termina ahí, a ella se sumó el abandono de la causa original que abanderó Unión Ciudadana. Ese abandono se le abona a Javier Corral Jurado y César Augusto Peniche, y desde luego a sus protegidos de la ralea de Jaime Ramón Herrera Corral. 

Dicen que la putrefacción por las noches despide luces fosforescentes. Eso es lo único que brilla en el PRI de ahora, que se creía invencible, y hoy simplemente es un trebejo de la historia. Por eso afirmo que más que ingrato, es non gratis: su costo fue enorme y lo sigue siendo para la clase política priísta encopetada.