Cuando todo mundo esperó hasta cansarse el enjuiciamiento penal de Eugenio Baeza Fares, el empresario fuerte, cómplice del duartismo, sale a la luz pública declinando la posibilidad de convertirse en candidato a gobernador de Chihuahua en 2021. Obviamente por el PRI. 

Tonto no es, sabe que el cascarón tricolor está erosionado y que no va a recuperar su peso específico de antaño. Esa es la razón del “no”. Dice que continuará en los negocios privados –ni quién lo dude–, que atenderá la Fundación Bafar y hasta insinúa que los libros que le escribieron, y que luego publicó en calidad de autor, son una especie de testamento político, o posicionamiento sobre lo que espera del gobierno y hasta dónde se pone a distancia del mismo. 

Negocios sin límites

Es su declaración periodística de renuncia a la candidatura prácticamente nula. Porque nadie en realidad piensa que tenga la más mínima viabilidad; podríamos encontrar muchísimos argumentos, teóricos y prácticos, pero basta con darse una vuelta por la calle Venustiano Carranza, a partir de la Niños Héroes hasta la 20 de Noviembre de la ciudad de Chihuahua, para encontrar el hormigón armado, tareas inconclusas, agravio a vecinos y negocios y toda la corrupción que está detrás de esto, para darse cuenta de que sería el único pretendiente con un monumento de esta especie que le gritaría las veinticuatro horas del día que ya está muerto políticamente para cualquier cargo.

La compra de permisos para la venta de bebidas alcohólicas en la Plaza del Mariachi sería un complemento para saber de su nefasto paso por la función pública, que lo lastra para cualquier aspiración futura. 

Pero en el fondo, lo más grave fue el papel clave que jugó al lado de César Duarte para mezclar negocios privados con negocios públicos. Si Corral hubiera querido entrar a fondo al combate a la corrupción, Baeza Fares no estaría hablando de esto, sino promoviendo amparos. No es así porque para Corral los empresarios no pecan.