No habíamos caminado más de cinco cuadras cuando en ellas nos topamos a sendos ciudadanos exigiendo, coincidentemente, la renuncia de Javier Corral como el funcionario que ocupa, a veces, la silla principal del Palacio de Gobierno.

Seguramente dichos ciudadanos están influenciados por un clamor generalizado que en estos días, a pesar del ocioso diciembre, cobró fuerza en las redes sociales y que tiene que ver con la demanda de que Corral no está comprometido con su trabajo y que, tal y como se exigió a César Duarte en su momento, mejor se le de las gracias y se nombre a un interino. 

Con Duarte no sucedió sino hasta ocurridas las elecciones de todos tan conocidas. Y no ocurrió porque Duarte pagaba a medios, correligionarios, subalternos y cómplices para mantener su imagen y su poder. Pero nunca pudo pagar en buena lid a la ciudadanía, que finalmente no le permitió, con la fuerza del voto, el retorno a través del tenebroso Enrique Serrano. 

Corral, en cambio, no tiene todo el poder, ni en su burocracia, ni en el panismo, ni mucho menos entre la ciudadanía. Corral ha quedado a deber. Basta con analizar la serie de declaraciones vertidas a doble página en una “entrevista” concedida a El Heraldo de Chihuahua. Una de sus grandes mentiras de año nuevo es que afirma que es inflexible en el tema de Duarte el fugitivo: “Yo no creo en el perdón ni en el olvido, porque no está a contentillo de la autoridad”.

Esa declaración es terreno vedado, pues los lectores nos quedamos con las ganas de que el mencionado matutino le cuestionara esa postura en el caso de Jaime Herrera Corral, el ilegítimo “garganta profunda” del corralismo. Ilegítimo e ilegal, porque el esquema de soplones oficiales debe ser al revés: son los delincuentillos los que deben ser “protegidos” en su identidad al revelar las maniobras sucias de los ladrones de gran calado. Y Jaime Herrera no es, por mucho, un vulgar vendedor de celulares robados.

Curiosamente, la visita de AMLO a Ciudad Juárez lo puso de cuerpo entero: se proyectó como el respondón que es, pero al mismo tiempo como el incapaz de llevar a efecto las tareas en beneficio del pueblo, como el que juega golf, inaugura vendimias, ofrece noches mexicanas y departe con las élites del estado. No es, pues, un gobernante del pueblo. Y el pueblo, hoy se lo demanda. Y la demanda es que mejor se vaya.