Cuando Andrés Manuel López Obrador llevó de la mano a Napoleón Gómez Urrutia al Senado, publiqué que en su larga historia de servidor del PRI y del charrismo sindical está un aspecto que ni siquiera fue objeto de debate: la usurpación que hizo del cargo de dirigente de un sindicato que le heredó su padre. Ese hecho violentó como pocos no sólo la libertad sindical de la que tanto se habla, sino la autonomía de los trabajadores mineros y metalúrgicos a darse una dirección para gestionar todos sus intereses. En aquel entonces la polémica se centró en otros aspectos, no en este que era suficiente para no lanzar al gran saco de la impunidad a un gángster muy conocido en el medio sindical.

Pero lo que se presentó como síntoma parece que ahora ha sido diagnosticado como una enfermedad crónica, degenerativa e incurable, como la que se expresa en el posible regreso de Elba Ester Gordillo al cacicazgo en el poderoso sindicato de trabajadores de la educación, a saber el pilar del corporativismo mexicano y soporte del PRI por varias décadas. 

Simultáneamente, las declaraciones en materia de sindicalismo se enmarcan en otra dirección; al menos en la retórica así parece que se tiñe el futuro. Una gran incógnita está abierta en todo esto y las semanas y los meses que vienen van a despejarla, pero sin la intervención directa de los trabajadores nada habrá.

Por lo pronto, sostengo que a este país le hace falta un sacudimiento telúrico que le de voz y fuerza a los trabajadores, sin la mañosa mediación de las corporaciones que dependen del Estado, con una plataforma de libertad y autonomía que los convierta en ciudadanos libres y no ciervos encarcelados en las centrales que hasta ahora los han sojuzgado y postrado. 

Empero, Elba Ester empieza a aparecer en el escenario, quizá busca en el público a los muchos profesores que la apoyaron miserablemente y que ahora, con aparente cambio de ropajes, son cuadros de MORENA.