Finalmente y dentro del búnker BAFAR, se presentó el libro que le escribieron a Eugenio Baeza Fares, por un encargo sufragado con una pizca de su fortuna. Con descaro, lo acompañaron en su empeño el exalcalde Alejandro Cano y María Eugenia Campos Galván. La escena podría denominarse “los tres alegres duartistas”. Hubo elogios y auto elogios, intercambio de medallas, hipocresía y doblez. El auditorio, en grueso número, estuvo a cargo del personal de BAFAR que puntual (¿les pagarán horas extras?) rubricó con aplausos, de esos que provocan los malos patiños. Es una obligación aplaudirle a El Chamuco, que tal es el remoquete del hombre de las salchichas.

En redes difundió la idea de que es un personaje ejemplar. No lo creo, pero tampoco voy perder el tiempo en su biografía.

En realidad su historia pública, simétrica de la privada, está tatuada en el centro de nuestra ciudad de Chihuahua, a la que destruyó a ciencia y paciencia bajo la sombra tutelar de sus socios: Duarte y Garfio, de cuyos nombres se quiere desmarcar inútilmente. Con comportamiento de gángster, lentes oscuros de por medio y carro deportivo, se dedicó a monopolizar los permisos de venta de alcoholes en la Plaza del Mariachi, la pirámide que se autolevantó para el peor recuerdo de Keops, Kefrén y Micerino. Entre tanto la esfinge, de carnes mal olientes, las tornaba en salchichas y tocinos.

El corralismo, que no toca a los empresarios corruptos ni con el pétalo de una flor, lo perdonó a tiempo para la menor gloria de las letras de este real de minas.