Las campañas electorales suelen ser la mejor ventana para percatarnos de la esquizofrenia política que se padece en México y que ha documentado de manera brillante el politólogo Agustín Basave, hoy por hoy aliado de Ricardo Anaya y hace poco tiempo presidente nacional del PRD, a donde llegó, a mi juicio, luego de tomar una decisión desafortunada.

Esa esquizofrenia la advertimos de diversas maneras en dos de los partidos que contienden por la Presidencia municipal de Chihuahua, asiento de los poderes estatales.

De una parte está Alejandro Domínguez, imposibilitado de manera absoluta para alcanzar el triunfo, ya que su pasado lo aplasta como pesada loza, imposible de superar. Alejandro ha sido, en su historia simple, un joven viejo que de manera temprana se humilló ante el PRI y le sirvió como golpeador, en ejercicio de un periodismo de opinión con ribetes de venalidad; luego ocupó cargos de diversa índole, y en el sexenio de la tiranía duartista fue una pieza más del tinglado corruptor, tanto en la dirigencia estatal del PRI como en el Congreso.

En realidad no tiene cara para presentarse ante la sociedad chihuahuense a implorar el voto; además, su desempeño reciente como diputado federal lo deja prácticamente desnudo como levanta dedos en favor del gobierno de Peña Nieto. Pero ahora, ya candidato por la alcaldía, se dedica a ofrecer a diestra y siniestra obras que sabe no puede cumplir, en el remotísimo, astronómicamente remotísimo evento de que ganara la elección. Esencialmente corrupto, tiene hasta el descaro de publicar desplegados contra ese otro cerebro de la maldad que se llama Jaime Ramón Herrera Corral.

Domínguez, como esquizofrénico, es de los que estuvo ubicado tras el poder del duartismo y ahora se quiere formar en la fila de los que le gritan “ladrón”, creyendo que se ignora en la comunidad que Duarte continúa, hasta ahora, como su compañero de partido, porque en el PRI están investigando su expulsión, cuando ya en la sociedad hay sentencia ejecutoriada que tiene la condición de cosa juzgada.

En el campo panista no soplan vientos diferentes. La señorita María Eugenia Campos Galván no ha aclarado sus complicidades con Duarte y los beneficios que obtuvo de él y de su afecto por Jaime Ramón Herrera Corral. Su comportamiento como congresistas claro que la exhibe del tamaño que es. En el Palacio de Gobierno saben bien esta historia, pero ahora por conveniencia la callan.

Muy honrada, muy honrada, de los dientes para afuera. Pero busque usted a algunos empresarios de su confianza y le van a informar de los moches que pide para su proyecto político, que no descansa nada más en la búsqueda de la alcaldía, sino que va hacia adelante, articulándose en una alianza de una derecha empresarial engreída y que ha sentado sus reales aquí en el municipio de Chihuahua y para su desgracia.

A su vez Amín Anchondo, el niño de Brasilque amamantan los empresarios, se presenta como el “camino”; ya nada más le falta decir: yo soy la verdad y la vida. Su esquizofrenia se cifra en no hablar claro en torno a Miguel Riggs, al que quiere suceder y que se dedicó a perder el tiempo miserablemente en el cargo y ahora, consentido del corralismo, quiere convertirse en diputado federal. Para Amín basta simplificar la tramitología, después pedirá hasta la extinción del estado.

Este es un juego en el que participan personas con doble personalidad, lamentablemente.

¿Qué tendría que hacer la ciudadanía del municipio para sacudirse estas rémoras? Esa es la cuestión.