El ingenio del exsecretario de Hacienda duartista, Jaime Herrera Corral, no tiene límites. Su habilidad fue extraordinaria para pasar sin ser tocado por autoridad alguna siendo funcionario público y bancario a la vez, y además autodepositarse en su unión de crédito (y el de Duarte) 80 mil millones de pesos para aparentar liquidez. El truco más reciente que elaboró fue venderle a la administración panista su garganta profunda, muy profunda, a cambio de inmunidad (palabra que se puede escribir impunidad).
Pero el caso verdaderamente fuera de serie fue el de ir a agradecerle a la virgencita los favores transexenales recibidos, tanto del duartismo como ahora del corralismo, ya que como testigo protegido (su ficha trascendida en los medios lo identifica como “T701”) ha podido hacer lo que sus excompañeros de gabinete no han podido, al menos no Garfio, ni Villegas ni Yañez, encarcelados actualmente enfrentando procesos penales supuestamente por las revelaciones de aquel.
El hombre misericordioso y bueno (además librado de la justicia chihuahuense) en que se ha convertido el exsecretario de Hacienda, puede observarse en las fotos que se muestran enseguida, una secuencia que demuestra su hondo fervor y devoción:
Transmisiónes intergeneracional de la corrupción generan impotencia y en el peor de los casos la grosera indiferencia social. Las tentaciones regresivas no dejan de ser verdad, se está corriendo el riesgo de que Chihuahua se acostumbre a ver las porquerías que afentan e indignan, en vez de entender la gravedad de cada caso. Al paso que vamos y al peso que damos, no tardaremos en pedirle perdón a duarte césar. Un césar duarte al que ya no queremos preso, queremos que reintegre al erario lo que nos robó. Ya basta que la «percepción inamovible» deje los dineros de los Funcionarios del Estado en USA como lo dejan los narcos y los criminales para gozar de la vída. No me cabe la menor duda, el PRI con sus «ideología mañosa, inmoral y fraudulenta», Llegó para qudarse y para que se cumpla por los siglos de los siglos. Amén