PRI: a falta de cuadro, ¿un buen marco?
El PRI, a lo largo de su añosa vida, ha pasado por varias reformas y ajustes políticos para su operación. Surgido en 1929 como Partido Nacional Revolucionario (PNR) como una respuesta a la política militarista, de las balas y caudillista, encara en la etapa del gobierno del general Lázaro Cárdenas su transformación como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en aparato corporativo y de masas para pasar, muy pronto, a los tiempos propiamente del PRI, alemanista de inicio, presidencialista sistemático y ente cristalizado e inamovible durante los años dorados del autoritarismo.
Tuvo una oportunidad cuando Carlos Alberto Madrazo –en plena era diazordacista– quiso experimentar una ruta diferente, que por cierto se ensayó aquí en Chihuahua en 1964, y otra que representaron los esfuerzos de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, que marcó la ruptura no nada más con un proyecto partidario inerte, sino el momento de inflexión hacia cambios democráticos de mayor calado, cuyas consecuencias aún vivimos hoy. Sin duda se trata de un partido enraizado y persistente, como también sin duda es un partido que para dar paso a las grandes transformaciones del país debe desaparecer. Pero no va a ser por la voluntad de sus adherentes, sino porque la transformación del país termine por imponerlo.
Para decirlo en otras palabras: el viejo partido autoritario también ha estado inmerso en procesos de transformación para sobrevivir, se ha internado varias veces en el quirófano y la pregunta ahora, en este año de derrota del priísmo en una buena cantidad de estados de la república, más lo que arroje la crucial elección de 2017 en el Estado de México, justifican sin más que se formule la pregunta: ¿tiene reforma el PRI? No está de más señalar que al viejo aparato de Estado nadie le da viabilidad en la elección de 2018, lo que puede terminar con la tragedia final de aquel proyecto que arrancó en el lejano 1929.
Sirva esto de especie de telón de fondo para comentar un desplegado en robaplana, aparecido en los medios impresos el domingo 11 de diciembre, a través del cual unos priístas se dirigen a otros priístas en la búsqueda de soluciones para el derrumbe en el que se encuentran localmente. En un periódico el responsable es un desconocido José Luis Domínguez; en otro aparece Heliodoro Araiza Reyes. La inserción parece gratuita en un medio porque no se indica lo mismo que en otra, que claramente señala “inserción pagada”, por aquello de que alguien pueda pensar que haya alguna simpatía de los directores de los medios con este tipo de publicaciones.
Pero más allá de esto, ahora comparecen a la opinión pública como impulsores de una “corriente de pensamiento renovador, democrático…, promoviendo una cultura democrática participativa”. Dicen que el texto es una base “mínima” para detonar un diálogo, eso sí, “amplio y ordenado”. Como es usual, narran que la decisión es propia y que deben interpretar adecuadamente el resultado electoral y –¡vaya terminajos!–, hasta con “mayor objetividad”, lo que es fácil saber consultando la estadística concluyente del IEE. Hasta la coyuntura actual quieren tener a la vista, recurrir a “la axiología que brinda valores, principios y objetivos” y, cosa inusual, “debatir”. Podríamos continuar con un largo bla, bla, bla, ruborizante porque enmudecen para no referir, ni por asomo, al sepulturero César Duarte Jáquez, del que cualquier partido podría avergonzarse.
Lo que sí es cierto es que hablan de tres ejes: apertura total a la militancia; democracia interna para la emergencia de nuevos liderazgos (¿desaparecerán las corporaciones?); y lo que no se ve por ningún lado: ser “una oposición responsable –como buen partido conservador– sin ser obstáculo para el desarrollo del estado”.
Atrás de este llamamiento público no hay ningún liderazgo con autoridad moral; sí la sombra de los cacicazgos y padrinos. Los priístas, al menos los firmantes, han de entender que de lo que hablan es agua que pasó hace mucho tiempo por debajo del puente. No digo que estén muertos para la política, simplemente afirmo que a pesar de las buenas flores con que adornan la tumba de su partido, el olor a cadáver es penetrante. Los zopilotes, los hay, no han terminado de hacer la limpieza que natura les obliga.
Colofón: Este cuadro ya no se vende ni con un buen marco.