El Frente Nacional por la Familia, a fin de cuentas un grupúsculo con dirigentes autodesignados pero que se respalda masivamente en la falta de información y el tradicionalismo, ha lanzado una más de sus embestidas en contra del carácter esencialmente laico del Estado mexicano, dispuesto en la Constitución General de la República. Atrás del Frente se encuentra desde luego la conservadora jerarquía católica, de la cual es prototípico ejemplar el arzobispo Norberto Rivera.

Van en contra de una iniciativa presentada por Enrique Peña Nieto que ni siquiera tiene la aceptación de los legisladores del propio PRI, que en esto caminan de consuno con los más conservadores del resto de los partidos, en especial del PAN.

Aunque los impulsores de esta manifestación acostumbran hablar de la Familia, así con mayúscula, insinuando que sólo hay una, la realidad es que con base en no pocos estudios jurídicos, antropológicos, sociológicos e históricos se demuestra que eso es una falsedad, que en ese terreno las tipologías son, en número, más de las que el catolicismo ultramontano quiere imponer; y así continuará la realidad a pesar de estas visiones propias del dogmatismo que alientan fanatismos y discriminaciones de todo tipo.

Sobra decir que en esta columna militamos en contra de Enrique Peña Nieto y su gobierno, pero eso no es obstáculo para reconocer que su iniciativa, aparte de correcta es valiente, porque rema en contra de un tradicionalismo chato que violenta el pacto constitucional en un aspecto nodal. Quien piense que la manifestación del Frente y el incienso y agua bendita que le prodiga gran parte del clero se quedará ahí, se equivoca. En todo caso, es un simple paso de una escalada ultraconservadora que tiene una visión de sociedad que se le quiere imponer al resto de la sociedad mexicana, a partir de una visión fundamentalista que al ponerse en acto contribuye al deterioro de la vida política nacional, patrocinando pulsiones que la disuelven y la hacen presa de un aliento autoritario que cancela las posibilidades de vivir en una sociedad democrática y secularizada, en medio de la práctica de valores indispensables como la tolerancia y la no discriminación.

No le cabe duda al que esto escribe que la jerarquía de la iglesia católica y sus organizaciones afines, que usurpan una representación que no tienen, cae recurrentemente en una actitud de revancha que se profundiza hasta el siglo XIX y las Leyes de Reforma que nos heredaron los liberales encabezados por Benito Juárez. Quieren regresar por sus fueros, negar la existencia de la libertad del hombre y la mujer para normar su vida privada y sus preferencias al amparo de una legislación ajena a la discriminación.

Se trata de una visión retrograda que cuestiona lo mismo la interrupción legal del embarazo que el matrimonio igualitario y la eutanasia, a contrapelo de una Constitución que es el contrato social de todos los mexicanos y que le va abriendo sendas a una visión progresiva y universal de los derechos humanos. En el fondo de todo esto se sigue hospedando la idea de que en México haya una religión oficial y un Estado confesional, y entre más obtengan más van a buscar. Se trata de un fundamentalismo aberrante que incluso se pone en contra de las visiones más progresivas de grandes pensadores del cristianismo y el catolicismo.

Ojalá y como sostiene el ilustre pensador Giovanni Sartori, cuando se pelee por una revancha definitiva, la democracia salga vencedora. Si no es así, podemos decir que México se está pudriendo en lo peor del fermento de su historia, pues como bien lo afirma el pensador citado, lo que se propone el Frente es simplemente una carrera hacia ningún lugar. Si usted espera de pie que la Secretaría de Gobernación, a cargo de Miguel Ángel Osorio Chong, intervenga para cumplir con sus obligaciones constitucionales, más vale que se siente.