Las múltiples disposiciones legales, de carácter nacional e internacional, no lo prohiben. Y debieran hacerlo, por el abuso reiterado que se hace de los niños y niñas para que los políticos profesionales luzcan como personas con dotes de humanidad. Es muy frecuente ahora que un gobernante, un líder partidario, no se diga un candidato en campaña, acostumbre tomarse fotografías y videos para subirlas a sus cuentas mostrándose con un ternura inusitada. Podremos decir que a falta de mejores atributos, la buena imagen de los infantes suple lo que la realidad niega. Se trata de un oportunismo extremo, porque es obvio que los infantes jamás dan su anuencia y se les utiliza de la manera más burda que se pueda imaginar.

Héctor Murguía. Besando niña.
Héctor Murguía. Besando niña.

Otro caso, todavía más patético, es el de Héctor Murguía Lardizabal abrazando y besando viejitas menesterosas con idéntico fin. Hacerse de un ternura que la realidad no brinda. Las imágenes a las que me refiero van a menudear a lo largo de los próximos meses, sobre todo las primeras a las que hago referencia (¡Dejad que los niños vengan a mi… selfie!), que serán más empleadas luego de que Francisco, el Papa de Roma, vino a recomendar una especie de “cariñoterapia”, que si bien es buena en general, sobre todo cuando se pasa por momentos adversos (salud, familia, etcétera), es dable realizarla cuando la misma la lleva a efecto un guía espiritual, una persona con ascendiente social y, lo más importante, que no busque hacer caravana con sombrero ajeno.

La hipocresía no tiene límites.