“Que suene la caja registradora”, parece decir Graciela Ortíz González, la excandidata priísta a la gubernatura del estado que abdicó frente a María Eugenia Campos y el PAN.

La ferviente priísta, con su abultada carga de puestos públicos a su paso por la política, no encuentra argumentos para hacer creíble lo que a los ojos de todos es una gigantesca derrota del tricolor en Chihuahua. 

Dice que había que detener a MORENA a como diera lugar, que era el peligro que amenazaba y había que conjurarlo, así fuera al altísimo costo de traicionar a los candidatos a diputados, a alcaldes, regidores y síndicos. Los dejó en la estacada. 

No acordó con sus bases sociales la decisión. Allá en la Ciudad de México una cúpula partidaria lo decidió, y aquí, a la vieja usanza, llegó el lineazo y todo mundo a callar y obedecer. 

Previamente, Fernando Baeza Meléndez había improvisado su propio púlpito y oficiado toda la liturgia propia de las deserciones vergonzosas. 

Ahora Graciela Ortíz nos viene con el cuento de que un peligro acechaba y lo conjuraron al lado de la Juana de Arco chihuahuense, mejor conocida como la vinculada a proceso María Eugenia Campos Galván. 

Raíces son raíces, y ambas las tienen en el duartismo que hoy se carcajea ante la impunidad que se muestra en el horizonte y la recarga de poder político que le llega con el PAN. Es un cartucho quemado, ciertamente, pero se quiere retirar con muchos millones de pesos a una agradable senectud.

Pero la fábula no ha terminando, dice Ortíz: “Vamos por una cruzada hacia el 2024”. Esta columna les recomendaría que fusionen formalmente los dos partidos en uno y así sellen la traición a la democracia.

Por lo pronto, que suene la caja registradora. Toda consulta y todo servicio causa honorarios, y Graciela Ortíz prácticamente le dice a Maru: “Amiga, cuántos puestos nos tocan”. 

Estas traiciones y simulaciones nunca han sido gratuitas. 

Por eso la querella chihuahuense continua.