Sólo una cosa no se le puede negar a Juan Carlos Loera: su derecho a llevar a los tribunales su derrota. Está en la ley y no caben los regateos. Que obtenga una sentencia favorable, es decir, la nulidad de la elección de María Eugenia Campos Galván, es otra cosa. Por eso, cuando venga la sentencia adversa a sus intereses, le ayudará a legitimarse de manera adicional a lo que ya obtuvo. 

El litigio de Juan Carlos, técnicamente hablando, no tiene puerto de llegada, navegará a la deriva, y tarde o temprano naufragará en algún mar de los sargazos políticos, donde todo se enreda y todo sucumbe. 

No se da cuenta el excandidato, producto de un dedazo del nuevo tipo, por el simple hecho de que lo dio López Obrador, que la sociedad lo ve como lo que es: un político recién llegado, favorecido por las circunstancias, pero que no dio el ancho. Y eso es explicable, además, por historias concretas. 

En la propia acusación está su condena: el que María Eugenia Campos se haya excedido en gastos de campaña también lo delata a él por faltas similares. 

Que algunos curas y obispos se cargaron a la derecha de la derecha, se compensa con el apoyo presidencial que recibió de un Andrés Manuel López Obrador entrometido donde no debería tener vela en el entierro.

Que el PRI cerró filas con el PAN, es cierto, pero él buscó denodadamente que el PRI cerrara con MORENA pero no lo logró, y además cree que lo oculta, cuando es moneda corriente en todos los mentideros políticos. En una entrevista reciente con Juan Enrique López Aguirre, la excandidata del PRI, Graciela Ortíz, narró cómo fue que Loera De la Rosa la buscó, y a su vez, también, cómo fue despreciado por la racista de nuevo cuño. Claro que esa historia Juan Carlos la pasa por alto. 

Si jurídicamente la demanda de justicia electoral que inició Juan Carlos no tiene ni pies ni cabeza, políticamente están peor para él las circunstancias. Me explico: en Juárez para nada lo acompaña Cruz Pérez Cuéllar; éste sabe ser pragmático, ya ganó y además le dio vuelta a la hoja, y no le gustan las aventuras, es de los políticos que sólo ambicionan montar cuando ve caballo ensillado.

Al gelatinoso Víctor Quintana tampoco se le ha visto desgarrar bandera alguna. Y así podríamos enumerar a muchos más. Aunado a eso, es de subrayarse que la Presidencia de la república ya felicitó a la panista y hasta Martín Chaparro le ofreció su colaboración.  

Por lo demás, la cansada sociedad no está a punto de cortarse las venas por nadie. A Juan Carlos, si es cierta su promesa, le quedan décadas por venir y demostrar de lo que está hecho. No cualquiera, y él lo sabe.