Pablo Gómez Álvarez formó parte de la patria de la juventud. En una larga carrera política fue preso político del 68, líder del Partido Comunista Mexicano y del PRD, dirigente prácticamente de todas las formaciones partidarias de izquierda. Parlamentario que ya es pieza de inventario en la asamblea del Distrito Federal, la Cámara de Diputados y el Senado del Congreso de la Unión. En fin, son muchos los atributos bien ganados que se le pueden reconocer. 

En estos días dio una voz de alarma contra el artículo transitorio mediante el cual se ensaya el reeleccionismo contra constitucional en el Poder Judicial de la Federación. En un famoso “tuit” y con el ingenio retórico que le caracteriza, dijo que el transitorio “no transitaría”. 

Pero, lo que son las cosas: con su voto como diputado en la legislatura federal sí transitó, le dio su voto. Seguramente pesaron más las razones utilitarias que su palabra empeñada y sus principios. No quiso levantarle la voz al tirano del Palacio Nacional y garantizarse así una buena y perdurable reelección. En cosa de horas traicionó su palabra y a sí mismo. Reculó. 

¡Qué forma de avanzar hacia la senectud respetable! ¡Qué manera de dañar una vida pública y negarse a dejar un legado ejemplar! Pero aquí sí que cada quién su vida, qué le vamos a hacer. 

Cuando veo hechos de esta naturaleza siempre recuerdo lo que nos dijo Gustavo Flaubert en su obra La educación sentimental, que paso a citar: 

—Me parece que se han calmado tus ideas políticas.

—Efecto de la edad– dijo el abogado. 

Y resumieron su vida. A ambos se les había malogrado. Al que soñó con amor, y al que soñó con el poder. ¿Cuál era la causa?

—El no haber seguido una línea recta quizá. 

—Para ti es posible. Yo, por el contrario, he pecado por exceso de impulso rectilíneo, sin tener en cuenta mil cosas secundarias, más fuerte que todo. Yo he tenido demasiada lógica, y tú exceso de sentimiento.

Y acusaron de todo al azar, las circunstancias, a la época en la que nacieron. 

Si esos son los buenos parlamentarios de MORENA, imaginen cómo estarán los peorcitos, “Nacho” Mier incluido.