Va un hecho, probablemente intencional, producto de la casualidad para los ingenuos: a través de una red social de la Universidad Autónoma de Chihuahua se realizó propaganda en favor de Marco Adán Quezada Martínez, recientemente registrado como candidato de MORENA a la alcaldía de Chihuahua, a donde pretende llegar por segunda ocasión, ya que antes lo fue por el PRI.

Desgajo conceptos: intencional, porque en sí constituyó un mensaje de posicionamiento usufructuando la universidad, a la vieja usanza de la dependencia con el estado que la ha caracterizado hasta ahora. Esta es mi hipótesis. Y no porque crea en esa perogrullada de que en política no hay casualidades, que no me convence y que además debiera preocupar a los que valoran la universidad en la visión ideal que se suele asignar a la misma.

Resultado de esto fue que altos funcionarios de la UACh, en un ejercicio de autocensura empezaron a comunicar que se retiraban de sus redes sociales durante el proceso electoral a fin de no generar suspicacias de ninguna índole. En realidad se trata de buscar un amparo que regateará la información necesaria que el centro de estudios en cuestión está obligada a proporcionar a la comunidad, y de paso esperar los resultados de la elección y hacer los ajustes y acomodos correspondientes.

Como sabemos, la tan traída y llevada autonomía universitaria, que en realidad nunca ha tenido existencia en los hechos, no significa convertirla en una ínsula separada totalmente del acontecer que se da en su derredor. Bien se sabe que esa figura establece la posibilidad de autogobernarse, tener su patrimonio propio, y desde ahí garantizarle a una sociedad abigarradamente plural el cumplimiento de sus fines, más allá de todo partidarismo o dependencia de ese centro gravitacional tan invasivo que es el Poder Ejecutivo.

Esos propósitos o finalidades se pueden salvaguardar sin que sus directivos tengan que simular una neutralidad, ordinariamente inexistente. En otro ámbito histórico, baste recordar cómo Miguel de Unamuno trazó su raya frente a la ultraderecha, el fascismo y el levantamiento militar que abortó la Segunda República. Cuando esto no acontece entre nosotros, en realidad lo que se alimenta es una política del silencio, del permanecer al margen de donde debieran estar realizando eventos de deliberación, propiciando la participación, escuchando y escrutando todas las voces y propuestas. 

Pero no. Aquí se opta por la abulia, el ponerse una artificial camisa de fuerza. En otras palabras, trabar compromisos y hacer política pero sin que nadie lo vea, porque así la sacrosanta autonomía sale ilesa, y no se pueden decir esos discursos grandilocuentes de una autonomía que suena más a una entelequia que a realidad.

El carácter público de la UACh la obligaría, sí, a condenar un vulgar evento de propaganda política, a favor de quien sea; pero no a amurallarse a hacer como que está libre de inmiscuirse en la política que se expresa en la sociedad, particularmente, en medio de una campaña electoral que amenaza con convertirse en denigración de la historia política del estado de Chihuahua.

En el último cuarto de siglo he visto cómo la universidad juega un papel secundario entre las instituciones de educación superior. Da vergüenza enterarse que mientras instituciones privadas, como el Tecnológico de Monterrey, invita a coloquios, conferencias, conversatorios en los que maestros y alumnos cuestionan y reconvienen a candidatos y políticos de todos los signos, de manera libre, en cambio la institución pública, insisto, se abstiene, en demérito del involucramiento de la sociedad en el debate serio de la política.

En el fondo encontramos el miedo a las ciencias políticas y sociales que ha caracterizado a la UACh desde la derrota del Movimiento Estudiantil de 1973-74, derrota de la cual hasta hoy no se recupera. 

El rector, los directores, el funcionariado, los maestros, los alumnos, pueden abiertamente tomar y defender posiciones políticas y partidarias, con moderación y prudencia que dicta la pericia, si se quiere, y con el rigor que exigen las ciencias y las humanidades y el carácter universal que da nombre a la institución. Lo que no pueden hacer es imponer una visión única, hegemónica, como ha sucedido hasta ahora, aparentando que no lo hacen, para convertir esto en el pasaporte más seguro a los proyectos internos de poder. 

Cómo olvidar en el pasado inmediato que el rector Enrique Seáñez Sáenz, practicó una fe de carbonero hacia César Duarte, que lo defendió como el más lambiscón de los rectores de que se guarde memoria. Hasta firmó un manifiesto donde recomendaba mi reclusión en un hospital psiquiátrico por mi disidencia y combate a la corrupción de aquel tirano y del cual ningún director o funcionario se deslindó entonces como ahora lo hacen del instagramazo de Marco Adán Quezada. 

O todavía más, que bajo la dirección del actual rector, Luis Alberto Fierro, cuando trabajaba como director de la facultad de Filosofía y Letras, egresó la “Generación César Horacio Duarte Jáquez” de esa facultad de la que fue notable maestro, en realidad merecedor de la distinción, Federico Ferro Gay.

Por consecuencia, considero pamplinas lo que ahora sucede, el acomodaticio silencio, que suena a mediocridad pero que tiene un interés superlativo para seguir en la orgía de poder que caracteriza a la UACh.