En 1999, siendo miembro del PRD, se me comisionó para trasladarme a observar la elección de gobernador en el estado de Guerrero; en concreto, mi destino fue la montaña en Tlapa, en donde me instalé. El candidato a gobernador era Félix Salgado Macedonio, apodado el “Toro sin cerco”. En la primera reunión con la gente del partido me percaté del repudio al personaje y posteriormente pude constatar la derrota en la presencia de Andrés Manuel López Obrador.

Los denuestos contra el candidato eran de todo tipo: priísta –con todo lo que eso significa en ese estado–, prepontente, violador, abusón, faccioso. No encontré arista buena en la opinión de la gente. López Obrador no quiso reconocer la derrota en la inmediatez de la elección, pero muy pronto los hechos se consumaron.

De regreso hubo una interrogante del ahora presidente de la república: “Pero, en Alcozauca, ¿le ganamos a Othón Salazar?”. 

Desde entonces tengo la convicción de que López Obrador detesta a la izquierda y en particular a los de raíz comunista.