Los panistas practican la política de los hechos consumados para que no haya retorno, contratiempos, y se imponga ineluctable la razón de partido, más perniciosa que la conocida como “de Estado”. Es una de las peores traiciones que se pueden realizar en contra del derecho y de la justicia. Es entronizar los privilegios: que se juzgue a unos y se les condene, y a otros que no se les toque ni con el pétalo de una rosa, aunque a veces no puedan evitar el escándalo. 

Es el caso de la ya crónica postergación del expediente conocido, para fines mediáticos y de escándalo, como “nómina secreta”, telaraña que mantiene entre sus hilos a María Eugenia Campos Galván, quien ya se cree gobernadora de Chihuahua. En esa nómina, se supone, están directores de medios, dirigentes partidarios, obispos, y toda laya de peones y alfiles que cerraron filas con el duartismo, como si nunca fuera a terminar, como si fuera un paseo eterno con prebendas y canonjías.

Corral, su adormilado fiscal y el presidente del Tribunal Superior de Justicia ya no saben qué hacer; en lugar de cumplir con sus responsabilidades, buscan la mejor forma de evadirlas en el caso Campos Galván. Los dos primeros por su ineptitud, el último por su oportunismo redomado, pues está pensando en cómo acomodarse para seguir con el baile burocrático que tan buenos dividendos le ha dejado. Y que la justicia, la publicidad y la transparencia de la misma, brillen por su ausencia. 

Están esperando que se consumen hechos que hagan todavía más difícil que el brazo de la justicia alcance a la candidata panista al gobierno del estado. Saben que llegará marzo y cobrará la calidad formal de candidata de dos partidos igualmente podridos: el PAN y el PRD. Entonces, Campos Galván acrecentará la propaganda en tres direcciones: se victimizará mucho más, se asumirá como perseguida hasta en su calidad de mujer y se deslindará del corralismo y del desprecio que en cantidades muy grandes se le prodiga al holgazán que ocupa el Ejecutivo del estado. 

Todo esto sucede con la complacencia de la oligarquía chihuahuense que, temerosa de la Cuatroté, se agarra de un clavo ardiendo aunque este represente la ancestral corrupción de Chihuahua. A su vez, las corporaciones empresariales, la jerarquía católica, la derecha que se encuentra formando una santa alianza, no duermen, no descansan y van por el poder, bajo la convicción de que moral es simplemente un árbol que da moras. 

Y el partido MORENA, ¿qué hace? Sumirse en la servidumbre, convertirse en receptáculo de candidaturas desteñidas y desprestigiadas, reiterar la búsqueda de reelecciones y, aunque se consideran triunfadores, la derrota los espera a la vuelta de la esquina. Fingen no saberlo. Allá ellos. Pero no está de más deplorar la gran ausencia de una izquierda democrática en Chihuahua, que no es, lo digo para los despistados, el partido del presidente concentrador de todos los poderes, que hasta un monarca le envidiaría. 

En ese caldo de cultivo, que se sigan difiriendo las audiencias penales a María Eugenia Campos Galván importa poco menos que un comino.