pena-nieto2-30may2014

En las rancias costumbres que cultivó la presidencia autoritaria durante el régimen de partido de Estado, una visita del titular del Poder Ejecutivo del país se presentaba como un acontecimiento majestuoso, señero en la historia y acompañado de no pocos anuncios espectaculares de obra pública o inauguraciones y develación de placas laudatorias. Pero siempre, o por lo regular, era el motivo para que los agraviados e inconformes de cualquier signo se hicieran presentes, ya en plan abierto de queja ante los despropósitos de los gobiernos locales, de denuncia de hechos graves, lo que hacía pensar que se ponía en acción la peregrina idea de que el presidente podía resolver los problemas planteados, corregir caminos, arbitrar conflictos, desentendiéndose la más de las veces de que el presidente era del mismo partido del gobernador, frecuentemente su cómplice y sin duda con compromisos trabados de antaño que por sí mismos permitían pronosticar que, salvo la exhibición pública de algún problema, todo continuaría prácticamente igual a como estaba.

En un país normalmente desinformado, las prolongadas ausencias del presidente de la república tendían a tomarse como formas de desligitimación del poder local. Si el presidente ponía los gobernadores y los visitaba con asiduidad, la conclusión era: un hombre fuerte y con futuro; de lo contrario, un hombre en la ruina o la desgracia política. De todas maneras, los que brincaban a la escena pública para plantear problemas reales, al menos se quedaban con la satisfacción de que dijeron en un momento importante algo que se iba a escuchar, a documentar, a propiciar un ofrecimiento o incoar una asesoría para una petición, de crear una fuente de trabajo, dotar a unos campesinos de tierras, destinar un recurso necesario en esta o aquella esfera de la administración.

Hoy las visitas presidenciales, en buena hora, ya no son lo que fueron; ya no se dan los recurrentes atropellos a los ciudadanos, la suspensión del transporte colectivo, los acarreos multitudinarios a cambio de una torta y un refresco y la parálisis de los aparatos burocráticos y prácticamente de las ciudades. Los presidentes venían, veían y prácticamente vencían, aunque no pasara absolutamente nada un día después. Quienes padecían más eran los disidentes de izquierda que iban a parar transitoriamente a alguna prisión o un destierro temporal, más las infaltables palizas de los guardias presidenciales y de los agentes del Ejército o de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad. Podría emborronar una cuartilla con hechos dignos de recordarse. No tiene caso.

Peña Nieto ofreció una presencia en todas las entidades federativas destinada al fracaso, por imposible. Después creó intendencias en las que diversos estados pasaban a la calidad de región dependiente del centro y a cada una se le nombró un padrino. Así, para Chihuahua se designó a Pedro Joaquín Coldwell, que acompañará a Peña Nieto el lunes 2 de junio en su visita al estado. Se supone que sobre Chihuahua pesa una futura operación en materia energética que tiene que ver con el polémico fracking que empieza a ser resistido en el mundo como una forma inadecuada, desde todos los órdenes, el ambiental por el uso del agua tan escasa acá, y que aquí prácticamente se da como un hecho en el futuro inmediato. Peña Nieto y el intendente Coldwell vienen a Chihuahua haciendo abstracción de dos singulares cosas: la creciente demanda para una consulta nacional que está aumentando, y en medio del escándalo que golpea al quintanaroense por tráfico de influencia, pues se ha develado como accionista en empresas para el suministro de gasolinas, especialmente en la ciudad de Cancún. Él dice ser un funcionario excepcional por su vocación de servicio y por su ética. No le podemos creer. Pero acá estará, y más allá de lo protocolario, atando cabos para operar una reforma que buena parte de la gente del país no la quiere y la considera regresiva para los intereses de la nación.

Vendrá, probablemente, la señora Rosario Robles, secretaría de Desarrollo Social. Se busca relanzar en Guachochi la llamada “Cruzada contra el Hambre”, y sin duda que en derredor de este municipio está el atraso ancestral en espera de una verdadera reorientación de la economía en favor de los pueblos indígenas, los campesinos, con claro sentido de respeto a culturas que no llegará mientras las grandes decisiones de Estado y gobierno sean exclusivamente paliativas y clientelares. A Rosario Robles se le ha olvidado hasta el lenguaje mediante el cual no se discrimina, después de su muy sabido contratiempo; seguramente ya afinó la garganta y el discurso para presentarse como otra, pero esencialmente vendrá en la condición que los mejores analistas del país le han subrayado.

Pero, ¿qué es lo que Peña Nieto encontrará en Chihuahua bajo el cacicazgo de César Duarte? No soy ingenuo como para pensar que en la presidencia de la república no se sabe lo que aquí pasa. Pero no está de más recapitularlo. Se topará con un gobierno unipersonal de viejo cuño: no hay Congreso, el Poder Judicial está absolutamente dependiendo no tan sólo para el nombramiento de presidente, magistrados y jueces, sino para el litigio recomendado para adosarle sentencias a los intereses tutelados desde el palacio de gobierno.

Los órganos autónomos se han convertido en dependencias menores y el régimen de partidos ha sufrido una agresión sistemática y permanente, a grado tal de que PRD, PT, Movimiento Ciudadano, Panal, Verde, son apéndices del PRI –toda una dependencia estatal– junto con sus diputados designados a placer por el propio Duarte. El PAN, con desvíos que lo presentan como una oposición deslavada, ha sufrido del entrismo gubernamental y se ha propiciado la traición, como aconteció en el municipio de Parral, donde Duarte despreció a los priístas para nombrar alcalde a un expanista que ahora no tiene empacho en aparecer abrazado del presidente nacional del PRI.

La burocracia de primer nivel está hundida en la ineficacia porque sus integrantes no tienen ni la preparación ni los arrestos para estar al frente de los principales cargos. Particularmente en Hacienda, Jaime Herrera está en conflicto permanente de intereses, pues a la vez que es secretario, dirige un banco apalancado desde el gobierno y goza de su sueldo como exfuncionario que fue de FIRA. Ha llegado a tanto su desmesura que refuta al mismo secretario de Hacienda, Videgaray, en materia de deuda. Su impericia, pero sobre todo la corrupción, tienen postrado a Chihuahua con una deuda que se ha multiplicado exponencialmente en cuatro años, que ha hipotecado el futuro del gobierno, que tiene al estado en quiebra y en un maltrato al empleado público del que no se tiene recuerdo en la entidad. Pero si hubiese que ponerle nombre y apellido a las cosas, Peña Nieto sólo constatará que la definición que hay en Chihuahua es corrupción política en dimensiones nunca vistas. Y el PRI de Peña Nieto tiene por rostro en Chihuahua a César Duarte.

Hay regiones de Chihuahua en las que no impera el gobierno ni mucho menos un Estado en la connotación que este concepto tiene en el mundo contemporáneo. Municipios en manos del crimen, del narcotráfico, del sicariato, como se evidenció en la reciente matanza de Gran Morelos, que lleva el inconfundible sello de la llegada de los Zetas a Chihuahua. Los jefes de la policía estatal que preceden a la actual, vinieron y se fueron sin pena ni gloria, pero en especial el último, Raúl Ávila, fue concentrado a la Ciudad de México e ignoramos su estatus, y además sin explicación de su desempeño en Chihuahua.

Obviamente que el gobierno está coludido con el crimen organizado, que los altos funcionarios reciben dividendos y que la violencia no se ha ido, como pretende hacernos creer la voz oficial, valiéndose de una prensa absolutamente controlada con dinero público en cantidad que coloca a Chihuahua en los primeros tres lugares nacionales en exorbitantes gastos de publicidad y comunicación social, donde reina además la más grotesca discrecionalidad.

El estado de Chihuahua está en quiebra. Vive en la corrupción. Padece un gobierno tiránico que no concita las elementales simpatías que puede tener un gobierno mediocre. Estamos en crisis. En lo particular no espero que la visita de Peña Nieto remedie nada. Quizás sea tan discreta que haga sentir a Duarte la insoportable frialdad que lo fustiga, a él, que ha presumido que pronto será secretario de estado, que en su momento se catalogó como operador de alto nivel en Los Pinos, pero que está en riesgo de caer en una desgracia mayor a la de Moreira en Coahuila. Y cuando digo mayor quiero decir que lo encontrará todavía en ejercicio de su despotismo autoritario.

Pero eso, si bien tendrá que ver con la presidencia de la república, no brotará necesariamente de allá. De aquí tiene que surgir, de un renacimiento de la vida cívica de los chihuahuenses. No hay de otra, y lo mejor es que no haya de otra.