Todo, sin faltar nada, todo el humor involuntario se lo llevará Juan Carlos Loera de la Rosa. Personaje calcado del cine de Juan Orol, se inició hace 24 horas confiado en que el pueblo sabio sabrá comprenderlo en su hondura de escritor con grandes espectaculares, de trashumante mensajero del bienestar con cargo a los cheques de las arcas de la federación, y trompeta mayor de AMLO aquí en Chihuahua.

Ha roto marcas y con él hasta los diccionarios de filosofía se van a tener que corregir. Ajeno por supuesto a toda soberbia –¡por dios, el nuevo hombre Cuatroté es inmune a ese capital pecado!– se auto elevó a las cimas más altas para llegar a lo sublime. Casi casi a una cúspide jamás imaginada, desafiando toda estética y poniéndose en el podio, jamás pensado, por un líder de contornos apolineos. “Estamos viviendo la etapa más sublime de la izquierda chihuahuense”, declaró enfático.

En el futuro ya no habrá adjetivo posible para calificar nada: es el más elevado concepto, el límite de lo perceptible por el ojo y el cerebro humano. Y lo supone: el pueblo lo sabe. 

Los diccionarios más especializados de filosofía –salvo los ingleses– entienden por sublime lo más elevado, impresionante y admirable, como la Novena Sinfonía de Beethoven. Se trata de una belleza que arrebata o aplasta, “como si un poco de espanto se mezclara con el placer”, dice el filósofo que al azar consulté, para concluir: “…lo que aparece absolutamente grande, con lo cual no somos nada”.

Y cosas de la percepción filosófica: lo sublime, “produce una muerte feliz”. Y como es política y no arte el que se involucra en todo esto, hay que recordar lo que bien dice nuestro pueblo cuando escucha oradores de esta ralea: de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso.

Me pregunto: ¿Chihuahua es imán de políticos con la enfermedad de la desmesura? Parece que sí: Patricio Martínez, César Duarte, Javier Corral, y hoy, en esta malhadada coyuntura electoral, Juan Carlos Loera de la Rosa.

Ojalá y todo esto quedé para la antología del humor involuntario y pasados los meses se pierda en el anecdotario de esas cosas que arrancan burlas y naufragan en las urnas. De no ser así, tendremos que poner en duda la sapiencia del pueblo adulado.