El que cuenta una mentira la acompaña de otra para taparla, y luego, si se le complica la existencia, arma toda una narrativa que se convierte en todo un mercado de falsedad. En esa circunstancia se ve hoy Javier Corral en su disputa política con María Eugenia Campos Galván. Una disputa que corresponde al interior de un partido pero que afecta, en claro abuso de poder, a las instituciones. 

Han tomado al estado de Chihuahua como su arena para resolver no quién es quién en el cargo de gobernador, sino quién se haga con la candidatura, porque Corral tiene su preferido, Gustavo Madero, y la alcaldesa, por sus propios fueros, se abalanza sobre la nominación. Pero se equivocaron de ring. Decir que se equivocaron es una impropiedad; lo tomaron como el escenario para dirimir sus diferencias y eso de entrada ya es absolutamente reprochable. 

En toda disputa como la que tenemos en presencia, no se pone el derecho al servicio del poder y la política partidaria, sino a estas haciendo de aquel una herramienta al servicio de aviesos intereses, que no están precisamente en el ámbito de las facultades de ambos gobernantes. 

Si el derecho primara, bastaría que se dijera en qué juzgado está radicada una causa penal, o se marcara el tiempo para iniciarla y ahí, con la publicidad que la justicia requiere y aplicando el debido proceso, dar a cada quién lo que le corresponde. 

Cuando se ofrece a una persona que se acoja a un criterio de oportunidad, está claro que se esta pidiendo la colaboración del delincuente para esclarecer ilícitos penales. Esta parecería ser la especie en presencia. 

Pero, quieren resolverlo en agencias informales, cada quién aprovechando las fortalezas que tiene por encima de la ley. En este caso, las desventajas las lleva Corral, por su impericia, por su golfismo, por no hacer las cosas tomando en cuenta los tiempos que en esto juegan de manera fundamental. De este modo ha convertido a la alcaldesa en un enemigo complementario que tiende a acrecentarse ante la sociedad como una víctima del abuso corralista. 

Así la situación, se antojan varios escenarios: que se inicie la causa penal y se sujete a la alcaldesa a un procedimiento, que ella acuda y aclare y limpie su nombre, o de lo contrario, que sufra las consecuencias de las conductas que le imputan. Pero –es el pero que nunca falta– Corral se puede ver en la tesitura de tener que doblar los brazos, dejando una polvareda atrás, que se decida a actuar como dice que lo hace sin distingos y, entonces, poner en manos de la justicia el caso, de una justicia, por cierto, desacreditada. 

La última es desvanecer la escena pública configurada de conflictividad, que cada quién se repliegue a sus posiciones y del asunto central; si le toca o no la delincuencia aquí llamada “nómina secreta”, poco importará. 

Es el famoso “aquí no ha pasado nada”, como en esas anunciadas tempestades que ven pasar negros nubarrones que luego se desvanecen en el éter. 

Por lo que hemos visto, hay suficiente evidencia de que el panismo tiene que ser barrido de Chihuahua, echado de este su bastión.